MÁS MILAGROS QUE PAPAS
Parece que con
la ceremonia ecuménica de los cuatro Papas (un italiano, un polaco, un alemán y
un argentino) el milagro se hubiera encarnado en el alma de los creyentes, por
lo que no creo que sea el momento de subrayar las divergencias y matizaciones
sobre el magnífico tinglado de las religiones, tan antiguo como la Humanidad y
tan arraigado en las conciencias como el mal, la belleza, la codicia o el
hambre. Pero estos milagros de ahora impiden ver el bosque de los que a diario
nos rodean, nos atosigan o nos confortan.
Si un milagro
es un hecho maravilloso y extraordinario sin una explicación racional, excepción
hecha de los científicos, los técnicos y los expertos que sí conocen sus
fundamentos racionales, el común de los mortales está rodeado de ellos, sin
apenas darnos un descanso. Ahora mismo, mientras escribo, revolotean por mi
estudio unos correos electrónicos
que pronto se convertirán en palabras y me
avisarán con un pequeño timbre de su presencia. Pueden llegar vía WhatsApp, Line,
Linkedin, Facebook, Tuenti… Oteo las cuatro esquinas de mi habitación forrada
de libros y no son las letras de estos las que se desprenden y revolican sino
unos trinos que aturden mis meninges. Así, trinos, se les llama a los mensajes
de esa máquina infernal llamada Twitter en muchos países de Iberoamérica donde
el respeto por nuestra lengua nos haría enrojecer a los “ilustrados”
peninsulares.
Me repantigo
en mi sillón y vuelvo a mirar: ¿cuántos mensajes, anuncios, advertencias,
toques volanderos, vídeos incluso estarán circulando en estos momentos por mi
pequeño espacio radioeléctrico de apenas 12 metros cuadrados hasta concretarse
en letras y asomarse a la ventana de mi ordenador? El smartphone, la tablet, el
portátil, todos encendidos, emiten diversos sonidos para señalar un soplo de
lenguaje convertido en escritura o imagen. Las letras gasificadas se han
precipitado y ordenado y ¡voilá: aquí está el mensaje!: la Casa de América, la
Biblioteca Nacional, la Fundación Mapfre, la del Canal me están invitando a sus
actos; un par de Bancos desabridos me intimidan con no sé qué descubierto en
mis cuentas; los amigos, pocos, me saludan o me regañan; desde Facebook me llegan los Me gusta o los mensajes de uno
que es amigo de un amigo de otro amigo que lo es de un amigo mío. Puedo ver las
calles de Tokio, si quiero, o las constelaciones celestiales con solo apretar
unas teclas. Con apenas unas claves puedo acceder a los foros donde se hable,
por ejemplo, de la cópula de la libélula. Un sinvivir.
Un sinvivir, es
cierto, pero un permanente milagro que ya intuí cuando el casi fenecido fax ─un
papel escrito que utilizando una línea de voz aparecía tal cual a miles de
kilómetros─ asomó su milagrosa existencia en nuestras vidas. “Mándame un fax”,
decíamos los indocumentados sin tan siquiera detenernos a pensar cómo diablos
el folio escrito se desencriptaba, se volatilizaban sus letras, viajaban a
velocidad supersónica y se materializaban aterrizando en el folio en blanco
preparado al efecto. No me respondan los expertos, ¿no es esto un milagro? ¿No
sienten necesidad de levantarse de su asiento y manotear por la habitación a
ver si logran agarrar un mensaje o un trino en espíritu puro antes de lograr su
destino?
Cuando veo a
las dos gatas que sestean por la casa mirando al vacío, con giros eléctricos de
sus rostros o de sus pupilas, no dejo de pensar que quizás ellas sí están
viendo los arabescos de los trinos, los mensajes o las imágenes antes de que cristalicen
en el ordenador. Podemos pactar que lo de los cuatro Papas es un milagro irrepetible
si también aceptamos que los trinos, los “emails”, los vídeos y demás objetos
volatineros invisibles constituyen el milagro nuestro de cada día. Una cosa por
la otra.
Francisco Giménez Alemán, director que fue de ABC hasta septiembre de 1999, refiere la siguiente anécdota a propósito del Fax:
ResponderEliminar"En aquel tiempo le dije a Luis Calvo que le iba a instalar un Fax en su casa para evitar el diario trasiego del motorista para recoger su inconmensurable El Brocense. Después de explicarle sin éxito en que consistía el modernísimo ingenio, me espetó: Y si ese aparato comete faltas de ortografía ¿dónde quedaría mi prestigio como escritor?"
Como se ve, la cosa tenía busilis. Gracias, Paco.
Ya no me acordaba de que el fax y antes el teletipo fueron las primeras palomas mensajeras que atravesaron los mares. Gracias, Manuel, por recordanos esos milagros milagrosos. Y aprovecho para sumatme al comentario de Paco sobre Luis Calvo.En Atenas,primeras elecciones despues de la caida de los coroneles,tras comer con el,le dije que mr iba a correos a enviar mi cronica por fax y que si venia.Me respondio que no se fiaba de los faxes...Un abrazo.Enrique
ResponderEliminarHabía olvidado el teletipo que también tenía su aquel. Cuando la agencia Efe abrió en Buenos Aires la primera oficina americana, en pleno franquismo, el delegado era el gran Jesús Martínez Tessier, padre de los excelentes periodistas y escritores Javier Reverte y Jorge Martínez Reverte. Por entonces los teletipos escribían a la exasperante velocidad de 50 baudios, razón por la que las noticias solían ser de corta extensión. Pero las arcas de la agencia eran tan magras que Tessier decidió que la transmisión se haría a 25 baudios. Miguel Bonasso, el primer redactor local de Efe en Buenos Aires, echó los brazos al cielo y respetuosamente exclamó: "Pero eso, don Jesús, es como vender humo". Gracias, Enrique
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