CONFESIONES DE UN BANQUERO DIPSÓMANO
Me lo decía un bancario amigo en una lejana noche de copas, suelta ya
su lengua. Yo lo llamaba banquero debido a los altos cargos que ocupaba en
países americanos, pero el me repetía una y otra vez que sólo era un bancario,
con mucha experiencia, pero bancario y como tal se iba a jubilar, al contrario
que los banqueros, que no se jubilan nunca.
Aquella noche hablábamos del control que ejerce el poder de cualquier
tipo sobre los ciudadanos y su insaciable voracidad por adentrarse en su
intimidad. Ya no era el ojo de la cerradura, ni el agujero en la pared de los
vestuarios, ni el magnetófono espía bajo la cama de la pareja infiel. Todo se
había vuelto tremendamente sofisticado. Y no sólo el poder: todos nos hemos
vuelto unos fisgones, le decía yo, como lo demuestra el imparable auge de los
vídeos pornográficos caseros y el huroneo en las redes sociales en busca de
barro con el que ensuciar a alguien venga o no a cuento.