LA ETERNIDAD O LA GOTA MALAYA
Desde los ejercicios espirituales
de san Ignacio que anualmente nos propinaban los jesuitas en el internado, el
concepto de eternidad se me había cobijado en algún rincón de la memoria, a la
espera, como tantas vivencias, de un catalizador que lo volviera a sacar a la
luz.
En aquellas terribles jornadas en
las que la Muerte, así, con mayúsculas, se enseñoreaba de nuestra adolescencia,
paralizaba las manos tan pronto pretendían bajar del ombligo y protagonizaba
nuestras peores pesadillas, los curas se escondían tras los flexos de modo que
sólo los labios y la barbilla aparecieran iluminados en la oscuridad de la
sala. Y hablaban. Más que hablar, amenazaban con todos los fuegos del infierno
a los onanistas, a los elucubradores de torpes pensamientos, a los perezosos, a
los onanistas de nuevo, y así sucesivamente. En aquellos ejercicios que Dios
confunda uno entraba confuso, pero ligero, y salía aterrorizado y más
confundido todavía. Pareciera que los acólitos de san Ignacio disfrutaran
aterrorizando al joven personal con terribles ejemplos que dejaban las sábanas
mojadas de pesadillas y sudoración.