A
CABALLO
Va a resultar
que el continente con mayor seguridad alimentaria derivada de aquel episodio de
las vacas locas, que más que locas parecían ebrias por la Encefalopatía
Espongiforme Bobina (EEB) que les había agujereado el cerebro; el continente que
pudo detener la amenaza de la gripe aviar; el campeón de la trazabilidad de los
alimentos; el enemigo de la comida rápida al estilo norteamericano se ha visto
invadido por una epidemia de carne de caballo y como la primavera que cantaba
Luis Mariano, “ha venido y nadie sabe cómo ha sido”.
Nos quieren
hacer creer que fue un cúmulo de errores el que ha llevado a veinte naciones,
diecinueve europeas, a detectar primero trazas, después ADN equino y al final
carne de caballo sin paliativos. La que nos hemos comido creyendo que era carne
de vaca en las pastas frescas de los supermercados, en las lasañas, en las
empanadillas, en las hamburguesas e incluso en las albóndigas de IKEA. ¿Cuánta
carne equina no habremos comido a base de albondiguillas suecas?