STEFAN ZWEIG Y EL SARPULLIDO NACIONALISTA
Stefan Zweig
detestaba los nacionalismos, los que estuvieron detrás de la Gran Guerra de
1914 y los generadores del nazismo en Alemania, el fascismo en Italia y el
bolchevismo (subraya el escritor) en Rusia. El gran escritor austriaco (Viena
1881─Petrópolis, Brasil 1942) tuvo una producción tan prolífica que durante
décadas inundó las librerías con sus inigualables biografías, ensayos, obras de
teatro, libretos de óperas y un ramillete de novelas que se encuentran en la
cumbre de la literatura universal. Poco antes de poner fin a su vida, todavía
inconclusa la II Guerra Mundial, acometió un libro de recuerdos que terminó
siendo un manual imprescindible para conocer lo que dio de sí el periodo más
encarnizado del siglo XX europeo. Su “El
mundo de ayer ─ Memorias de un europeo” (Ed. Acantilado) es una disección
reveladora de la Europa de finales del XIX y primera mitad del XX realizada con
maestría por un culto habitante de la Viena capital del imperio austrohúngaro.
Testigo
privilegiado del final de los grandes imperios europeos y de los acontecimientos que bañaron de sangre los
campos de la vieja Europa, sus recuerdos están teñidos de la melancolía de
haber tenido que salir de su país y de suelo europeo, donde habían sido
prohibidos sus libros, y buscarse la vida en un subcontinente tan alejado de la
gran cultura centroeuropea como Brasil.
Escribe Zweig:
“Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la
posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su
época. Por esta razón no recuerdo cuándo oí por primera vez el nombre de Adolf
Hitler.”
No son pocos
los ejemplos de movimientos sociales y de inopinados nacionalismos que parecen
formarse ahora como un chirrido de la historia. Cuando Europa parecía haber
aprendido la lección de las dos grandes guerras y buscaba su integración y la
superación de los nefastos nacionalismos que la habían desangrado comenzaron a
rebrotar estos como pústulas: los Balcanes primero, los países bajo la
influencia de la fenecida Unión Soviética después, pulsiones en territorios que
comparten una unidad nacional (Escocia, Cataluña, la Padania, el Véneto) a
continuación, para llegar al que de momento parece el más peligroso: Ucrania y
los zarpazos que pretende asestarle “el oso ruso”.
Los cambios en
las tecnologías de la información permiten una inmediatez al desarrollo de los
acontecimientos imposible para los elementos más cultivados de la Europa de
principios del siglo XX. Por ello es mayor el desasosiego ante la aparente
inutilidad de la diplomacia tradicional para saciar el expansionismo ruso y los
envites y órdagos que ambos conceptos del mundo están echando sobre Ucrania.
Reflexionando
sobre las causas de la Gran Guerra de 1914, Stefan Zweig confiesa la
imposibilidad de hallar “ni un solo fundamento razonable, ni un solo motivo”.
“De repente todos los Estados se sintieron fuertes (…) todos querían más y
todos querían algo de los demás” El optimismo que inundaba la Europa de
entonces fue el causante de que “todo el mundo creía de que el otro se
asustaría y se echaría atrás y así los diplomáticos empezaron el juego del bluf
recíproco”
Y así, poco a
poco, como de broma, comenzó la Primera Guerra Mundial que ocasionaría 37,5
millones de bajas entre muertos y desaparecidos (15,5 millones) y los cerca de
22 millones de heridos.
Escaso de
optimismo el territorio europeo en las actuales circunstancias, se mira el
sarpullido nacionalista con la aprensión de quien cree que la historia siempre
se repite y con el temor de que se repita.
Escribía Zweig
en 1941: “He visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes
ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania,
el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el
nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.
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