martes, 15 de abril de 2014


STEFAN ZWEIG Y EL SARPULLIDO NACIONALISTA

Stefan Zweig detestaba los nacionalismos, los que estuvieron detrás de la Gran Guerra de 1914 y los generadores del nazismo en Alemania, el fascismo en Italia y el bolchevismo (subraya el escritor) en Rusia. El gran escritor austriaco (Viena 1881─Petrópolis, Brasil 1942) tuvo una producción tan prolífica que durante décadas inundó las librerías con sus inigualables biografías, ensayos, obras de teatro, libretos de óperas y un ramillete de novelas que se encuentran en la cumbre de la literatura universal. Poco antes de poner fin a su vida, todavía inconclusa la II Guerra Mundial, acometió un libro de recuerdos que terminó siendo un manual imprescindible para conocer lo que dio de sí el periodo más encarnizado del siglo XX europeo. Su “El mundo de ayer ─ Memorias de un europeo” (Ed. Acantilado) es una disección reveladora de la Europa de finales del XIX y primera mitad del XX realizada con maestría por un culto habitante de la Viena capital del imperio austrohúngaro.

Testigo privilegiado del final de los grandes imperios europeos y de los  acontecimientos que bañaron de sangre los campos de la vieja Europa, sus recuerdos están teñidos de la melancolía de haber tenido que salir de su país y de suelo europeo, donde habían sido prohibidos sus libros, y buscarse la vida en un subcontinente tan alejado de la gran cultura centroeuropea como Brasil.


Escribe Zweig: “Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época. Por esta razón no recuerdo cuándo oí por primera vez el nombre de Adolf Hitler.”

No son pocos los ejemplos de movimientos sociales y de inopinados nacionalismos que parecen formarse ahora como un chirrido de la historia. Cuando Europa parecía haber aprendido la lección de las dos grandes guerras y buscaba su integración y la superación de los nefastos nacionalismos que la habían desangrado comenzaron a rebrotar estos como pústulas: los Balcanes primero, los países bajo la influencia de la fenecida Unión Soviética después, pulsiones en territorios que comparten una unidad nacional (Escocia, Cataluña, la Padania, el Véneto) a continuación, para llegar al que de momento parece el más peligroso: Ucrania y los zarpazos que pretende asestarle “el oso ruso”.

Los cambios en las tecnologías de la información permiten una inmediatez al desarrollo de los acontecimientos imposible para los elementos más cultivados de la Europa de principios del siglo XX. Por ello es mayor el desasosiego ante la aparente inutilidad de la diplomacia tradicional para saciar el expansionismo ruso y los envites y órdagos que ambos conceptos del mundo están echando sobre Ucrania.

Reflexionando sobre las causas de la Gran Guerra de 1914, Stefan Zweig confiesa la imposibilidad de hallar “ni un solo fundamento razonable, ni un solo motivo”. “De repente todos los Estados se sintieron fuertes (…) todos querían más y todos querían algo de los demás” El optimismo que inundaba la Europa de entonces fue el causante de que “todo el mundo creía de que el otro se asustaría y se echaría atrás y así los diplomáticos empezaron el juego del bluf recíproco”

Y así, poco a poco, como de broma, comenzó la Primera Guerra Mundial que ocasionaría 37,5 millones de bajas entre muertos y desaparecidos (15,5 millones) y los cerca de 22 millones de heridos.

Escaso de optimismo el territorio europeo en las actuales circunstancias, se mira el sarpullido nacionalista con la aprensión de quien cree que la historia siempre se repite y con el temor de que se repita.

Escribía Zweig en 1941: “He visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario