lunes, 6 de mayo de 2013


ERA UNA FIESTA

Habría que mirar aquello con los ojos del niño que fuimos: el chirriar de la chicharra o el estrépito de una merla, los gorjeos de la cavernera o los desplantes de la perputa (años después sabría que en las ciudades esos pájaros eran nombrados mirlos, jilgueros o abubillas). Santomera era El Campo por antonomasia. Cuando en Madrid aviso que me voy al campo, los míos saben que regreso al país de mi infancia. Por entonces era una pedanía partida por la carretera nacional de Murcia a Alicante: el sur, huertano, con regadío tradicional, abancalándose hacia el Raal; el norte, secano puro, territorio de la culebra y el lagarto, hasta que comenzaron a irrigar las tierras y cambiar el paisaje.
     Con aquellos ojos recreo los veranos de cereal y fuego, cuando Pepe Isidro se ponía a los mandos de la trilladora en la era. La siega había dado sus frutos y el trigo, la cebada, la avena y la hierba mora pasaban por la máquina, se aventaba el grano, se empacaba la paja y todo era una fiesta antigua como la vida. Después llegaría el panizo y el desperfolle de las panochas y los besos ante las de grano rojo; y más tarde, la almendra y su descascarillado, y de nuevo las risas espantando los picores. Aquel niño que era yo veía tales trabajos como jornadas de carrusel y tiovivo previas a la huida del sol hacia el invierno. Ni idea de las hambrunas ni de las penas. Sólo risas y fiesta.
 
(Publicado en el número de mayo de la revista La Calle, de Santomera (Murcia), dirigida en esta nueva etapa por Mariano Caballero Carpena, director adjunto que fue del diario regional La Verdad) 

 

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