LA MANO DE DIOS
No sean
ustedes descreídos. No puede ser que Dios se cansara de echar una ayuda a los
mortales una vez que impulsó la manita de Diego Armando Maradona sobre el balón
que le valió a Argentina la victoria ante Inglaterra en el Mundial de México de
1986 y a tan peculiar futbolista el mote de “la mano de Dios”. Podría asegurar sin
caer en el error que ahora no más parece haber resucitado el impulso digital en
el corazón de un político gallego. Así son las cosas.
Quizás nada
haya sido más beneficioso para el bien común y el porvenir de nuestro país que
el nombramiento de Alberto Ruiz Gallardón como ministro de Justicia. Ninguna
lluvia de bienes puede superar el acierto de una decisión como la que tuvo a
bien adoptar el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, en lo tocante a
la titularidad del Ministerio de Justicia. Ahí demostró Rajoy su acrisolada genética
gallega.
Hasta el momento en que Ruiz Gallardón, alcalde de Madrid, fue llamado a la alta responsabilidad de un ministerio aparecía en sondeos y en encuestas como el político mejor valorado del poco valorado arco político español. Hacía sombra a correligionarios y adversarios, con la consiguiente cosecha de odios entre los primeros y cierta estupefacción de los segundos. Pocos podían explicarse que caballero tan bien plantado, “más de derechas que el que las fundó”, en palabras de su amiga y adversaria política María Antonio Iglesias, culto hasta los calcetines, de pobladas cejas blanquinosas y gesto de hedor en su altiva nariz pudiera ser tan malquisto entre las huestes de su propio partido, más proclive a las gracietas campechanas y arrabaleras de la superenemiga del alcalde (y de Rajoy y de lo que se tercie si a ella la ensombrece) Esperanza Aguirre.
Es más, el
primer edil se infatuaba de tener a la izquierda comiendo en su mano y no eran
pocos los madrileños que creían que en su alcalde existían los más sólidos
cimientos de un presidente del gobierno, a mitad de camino entre un
aparentemente débil Rajoy y una populachera y ultraconservadora Esperanza
Aguirre.
Incluso
parecía imposible que se hubiera ganado tanto predicamento ante la “destrucción
creativa” a la que Ruiz Gallardón sometió a Madrid para satisfacción de las
empresas constructoras, la desazón de los madrileños y las chanzas de los
visitantes, como la del actor Dany de Vito inquiriendo por el tesoro que al
parecer se estaba buscando en el subsuelo a base de zanjas y pozas. La sonrisa
vertical que el alcalde (llamado también por sus adversarios Ruiz Faraón)
propinó a la capital de España lo acercaba en concepción urbanística al baron
von Haussmann, quien a caballo de los siglos XIX y XX sajó París hasta que lo
echaron por vaciar las arcas públicas. Aquí las vació igualmente el alcalde
Gallardón (7.000 millones de euros de deuda y 35 años para pagarlos), pero al
contrario que al barón francés, él, fiscal de carrera, se vio premiado con un
ministerio de los importantes: el de Justicia.
Fue la mano
de Rajoy, reconvertida en mano de Dios, la que señaló fatalmente a su
correligionario, como el Creador a Adán en la Capilla Sixtina. A partir del
nombramiento, Alberto Ruiz Gallardón comenzó a deslizarse pendiente debajo en
el índice de aceptación ciudadana merced a los imperiosos modos (déspota
ilustrado se le motejaba en la alcaldía) y atrabiliarias ocurrencias que desplegó desde
el primer día. Amén de otros desmanes, referidos al Poder Judicial, la ley de
tasas que obligó a votar en el Congreso propició una huelga de miles de jueces
y fiscales para quienes el personaje, en tan sólo catorce meses, ha perdido la
consideración de interlocutor gubernamental, y que ha debido plegarse a las
protestas y reducir en casi un 80 por ciento la cuantía de las tasas para
ejercitar el derecho de amparo ante la Justicia.
¿Comprenden
ahora por qué deben agradecer a los dioses su nombramiento? ¿Imaginan lo que
hubiera pasado en el caso de que se hubiera producido una transustanciación desde
la gloria de la alcaldía de Madrid al boato del Palacio de la Moncloa?
No se sabe si
por perspicacia o desistimiento, el caso es que Ruiz Gallardón ha confesado que
su carrera política concluirá como muy tarde con la salida de Mariano Rajoy de
la Presidencia del Gobierno. Si hay que creerle, le creeremos, pero cuán largo
nos lo fiáis. ¿O no?
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