jueves, 14 de febrero de 2013


EL DÍA QUE MURIÓ PABLO NERUDA (y II)

Neruda será exhumado 40 años
después de su muerte
(De los periódicos)

            Vencida ya la tarde, Matilde accedió a remover del todo el recuerdo de las últimas horas de Pablo no sin resistirse a algunos detalles. “A eso no le voy a responder; no me sea usted malulo”, decía, empleando un adjetivo que el periodista no volvió a escuchar en su vida:
            “Después se fue toda la gente [de la clínica], porque el toque de queda era a las seis de la tarde. Comenzó a delirar. Era un delirio maravilloso, como si los recuerdos de cuando nos conocimos volvieran a nosotros. Luego, sin transición, pasó de ese momento de dulzura a una excitación completamente febril. Gritaba, repetía todo lo que le habían dicho los amigos que le habían visitado en mi ausencia. Lo vi tan exaltado que llamé a una enfermera, como a las doce y media de la noche, que le administró un calmante. Empezamos a conversar más calmados, y se durmió.
           “Al otro día llegó el doctor y le dije: ‘Pablo no ha despertado a tomar el desayuno. Es muy raro porque él despierta muy temprano’. Él me miró, pero no dijo nada. Yo creo que sabía que no iba a despertar más. Estuvo todo ese día durmiendo, y a las diez y media de la noche veo que hace un gesto extraño, Pablo, como que separaba las ropas o algo así. Y pasó de ese sueño a la muerte. Se durmió”.
            Y ya no necesitó preguntas su largo monólogo:
            “Los amigos comenzaron a llegar sobre las siete de la mañana por el toque de queda. También llegaron los periodistas. Se llenó la clínica de periodistas extranjeros. Entonces me preguntaron: ‘A dónde lo llevamos’. Yo les contesté: ‘A la casa. A su casa [la Chascona]’ Yo sabía que habían entrado y la habían destruido, pero nunca creí que tanto: no había un mueble, no había nada. No había un vidrio [cristal]. Es una casa con muchos vidrios porque a él le gustaba mucho ver por todas partes el sol y que se viera la trasparencia. Llegué con él a la casa, pero no se podía entrar. Por mi casa corre un canal subterráneo que cortaron y desviaron; así que las aguas subieron a mi casa; mi casa era un río y no se podía pasar. Había otra entrada grande por otra calle y fui por allí. También estaba llena de agua. El agua cubría más arriba de las piernas de un hombre. Había mucha gente, toda la gente del barrio, y les digo: ‘¿Qué podemos echar aquí?, por aquí hay que pasar. Yo tengo que pasar con Pablo porque tiene que ser velado en su casa’.
           “Aquella gente comenzó a llegar con sillas, mesas, trozos de madera e hicimos un puente. Por ahí pasamos. Muchos cayeron al agua cuando fueron pasando con Pablo. Lo velamos en un segundo piso, que estaba seco, pero donde no había un vidrio en las ventanas. Hacían unos días helados, de esa primavera heladísima que hay en Chile. Era una noche terrible…”
           Era cierto lo que le había dicho al periodista, que se enfermaba con sólo recordar aquellos momentos. Le traspiraban las manos y un cierto rictus le abatía las comisuras de los labios. Bebió el refresco de cola a pequeños sorbos, sin apurarse por el leve temblor de su mentón:
           “Allí lo velamos, en una pieza absolutamente desnuda y con montones de vidrios y de cosas quebradas. Estaba la televisión francesa, la sueca, la mejicana. Me han dicho que hay una película de una hora y cuarto en la que la música de fondo es el crujido de los vidrios cuando la gente pasaba sobre ellos para ver a Pablo. No he podido verla todavía porque si empiezo a ver cosas así y a contar la muerte de Pablo como se la estoy contando a usted, lo voy a pasar muy mal.”
           Aquella charla terminó con el tomo de “Cien sonetos de amor” que le dedicó Pablo -y le había llevado el periodista en busca de dedicatoria- en sus manos. Hojeó el libro y se detuvo en el poema 94, aquel que comienza: “Si muero, sobrevíveme con tanta fuerza pura / que despiertes la furia del pálido y del frío…” Matilde Urrutia echó para atrás su melena chascona, retomada ya la hermosa sonrisa: “Es que Pablo me pedía unas cosas tan difíciles…”
                                                                                g

Matilde Urrutia murió en Santiago de Chile el 5 de enero de 1985, once años y tres meses después que Pablo, víctima también de un cáncer, todavía con Augusto Pinochet en el poder. Los restos de los amantes descansan en Isla Negra, frente al mar: “Alguna vez si ya no somos, / […] /estaremos juntos, amor / […] / pero de qué nos servirá/ la unidad de un cementerio?
           Mediocres escritores y periodistas argentinos intentaron enlodar su figura, y de paso la de Neruda, con libelos e infundios de tan corto alcance como la inteligencia de los propaladores. Ahora se quieren exhumar los restos del Premio Nobel chileno para descartar que su muerte fuera acelerada por una inyección letal en el estómago, como denunció en diciembre de 2011 el chófer del escritor,  Manuel Araya Osorio.

 

3 comentarios:

  1. Bravo, maestro. Una sugerencia de Noguera experto: en la larga relación de artículos que has puesto, hay un índice, pero tienes que buscar, más abajo, el artículo correspondiente al título que te interese. Sugiero: ¿no es posible que esos sean los enlaces que, pinchando, te lleven directamenteal artículo ? De nada.

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  2. Respuestas
    1. Eso es lo que querría, Noguera bloguero, pero ahí andamos Cristina y yo para ver cómo se consigue en el blog lo que sí se puede hacer en word y en una web. Se admiten soluciones. Gracias.

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