lunes, 11 de febrero de 2013


EL DÍA QUE MURIÓ PABLO NERUDA (I)

 Neruda será exhumado 40 años
después de su muerte.
(De los periódicos)     

     Lo que más lamentarán los restos de Pablo Neruda cuando los exhumen por orden del juez será separarse de los de Matilde Urrutia, su tercera esposa, tan a gusto como reposan desde 1992 hombro con hombro en Isla Negra, bajo el tinglado de maderos con las campanas de avisos de algún barco desguazado y frente al océano Pacífico. Puede que todavía mantengan el rito que practicaban a diario: besarse en el momento en que el Sol desaparecía por el horizonte. Paradoja sobre paradoja, porque ni Isla Negra es una isla, sino lugar costero; ni el Pacífico es calmo, sino bravío y pendenciero como marinero ebrio. Pero allí se encuentran los amantes, la pareja a la que Salvador Allende no dudó en calificar como la más romántica de su generación, frente al mar y bajo la Cruz del Sur. Los huesos de Matilde sentirán un escalofrío con la separación, como aquella tarde del 31 de mayo de 1976 en Madrid en que una hermosa sexagenaria, capaz aún de enamorar hombres a manadas, le hablaba quedo al periodista, envueltas sus palabras en la música ambiental de aquel hotelito de Serrano, a apenas diez mil kilómetros de un Augusto Pinochet en la plenitud de su tercer año triunfal.


“Pablo… La muerte de Pablo se desarrolló en un ambiente de tragedia”, dijo, no sin advertir que no iba a contar más la muerte del poeta chileno puesto que cuantas veces la contaba se enfermaba durante al menos un par de días. Sí refirió que desde el 11 de septiembre de aquel 1973 en que el general Pinochet perpetró el golpe de Estado que llevó a la muerte a Salvador Allende trataron de mantener un muro de silencio en torno a Neruda. Le ocultaron los actos de vandalismo que habían desvalijado y medio destruido La Chascona, la casa que Neruda mandó construir en 1953 para Matilde en el barrio santiaguino de Bella Vista y que terminó configurando el triángulo mágico de las residencias del poeta con La Sebastiana de Valparaíso e Isla Negra.

Habían podido salvar las colecciones y los enseres de las dos residencias costeras, pero no La Chascona cuyos suelos se vieron tapizados de cristales que crepitaban bajo las pisadas de los amigos que acudieron al velatorio. Matilde accedió finalmente a contarle al periodista aquellas terribles jornadas, empezando por el golpe militar que les pilló en Isla Negra: “Tenía una radio muy grande en la que oía las noticias argentinas. Allí oíamos mejor Argentina que Santiago. La muerte de Salvador, que en Chile no se dio hasta el tercer día, la supimos nosotros una hora después por las radios argentinas”.

“La muerte de Pablo se desarrolló en un ambiente de tragedia. Yo lo veía a él muy mal [por su cáncer de próstata], pero no creí nunca que Pablo se moría. Al día siguiente en que se puso mal nos íbamos para Méjico porque el Presidente mejicano [Luis Echeverría] había enviado un avión a buscar a Pablo. Teníamos dos valijas con ropa y libros en la Embajada mejicana. Íbamos a viajar el mismo día que murió, el 23 de septiembre. No sé si, de haber alcanzado a salir, Pablo se habría salvado, porque creo que Pablo estaba quebrado”.

El periodista estaba tan arrobado escuchando a la viuda de Chile que escribió entre paréntesis, en la misma entrevista que se publicó en el mes de junio de ese año en Gaceta Ilustrada: “¿Cómo describir a Matilde Urrutia, señora de Neruda? Se precisarían cien perfectos sonetos, o los versos de un capitán, o el genio de un Neruda o, quizás, el amor de Pablo. Sólo que sus palabras salen lentísimas y matizadas de sus labios, que sus pausas suenan tan importantes como sus frases, que la sonrisa no desaparece a no ser que le deje paso a la risa –“tu risa cae como un halcón desde una brusca torre”-. Matilde…”

El 22 de septiembre, Matilde Urrutia viajó a Isla Negra en busca de maletas. Permaneció unas cinco horas fuera de la clínica en la que estaba ingresado Neruda. “Apenas llegué, empezó él con el teléfono a buscarme: “Véngase”. Yo le decía: “Pero, ¿qué pasa?”. Cuando volví le pregunté: “¿Qué pasa, Pablo?”. Dijo: “Pasan cosas terribles. Usted no sabe nada de lo que pasa” Como yo no se las había contado, creía él que no sabía nada. Ya lo encontré con bastante fiebre”.

(Un inciso por el “Véngase”. En Chile es más habitual hablar de usted que tutear, incluso en familia. Es común escuchar a una mamá decirle a su bebita: “No llore tanto mi guagüita que enseguida la atiendo”. Matilde le contaba al periodista que en Chile “algunos matrimonios, no todos, comienzan tuteándose y después, sin pretenderlo, un día se hablan de usted, porque el usted entonces es de más confianza que el tú”.  Como se hablaban ellos.)

Concluirá el jueves…

6 comentarios:

  1. Siempre es un placer leerte, y rememorar, porque las hemos hablado, algunas de las cosas que cuentas. Espero seguir haciéndolo. Formas parte, como dice Benedetti, de "La gente que me gusta".

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  2. Qué preciosidad de evocación, qué lenguaje preciso y poético: "...cristales que crepitaban bajo las pisadas de los amigos". Qué placer de lectura.

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    1. Gracias Rosa, gracias Ignacio. Con amigos como vosotros hasta el fin del mundo.

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  3. Que sí, que da gusto leerte, aunque estés lejos. Un abrazo fuerte y cariñoso.

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    1. La síntesis del periodista y el inspirado vuelo poético se juntan en tus líneas, Manuel. Me dio mucho gusto leerte y comprobar que no es cierto lo que afirmara Salvador Novo: “no se puede alternar el santo ministerio de la maternidad que es la literatura con el ejercicio de la prostitución que es el periodismo”. Podrías cruzar el charco y venir a beber unos vinos por este sur solar de 40 grados en la sombra. Un abrazo galáctico.

      http://www.amediavoz.com/novo.htm#DILUVIO

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    2. Acabo de ver la web que me sugieres y la he colocado en mis blog favoritos. No será en vuestros 40 grados, pero podría ser a nuestros 40 grados. El cruce del charco se me hace cada día más imperioso. Otro abrazo

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