DERROTAS
(Del libro en preparación La cópula de la libélula)
La semana del Once de Septiembre (en mayúsculas por haber pasado
la fecha a la categoría de icono) nos la hemos pasado conmemorando la derrota
de un estilo de civilización a manos del fanatismo. Se ha dicho que este estilo
de periodismo conmemorativo, como el declarativo al que tan dados somos en los
medios de comunicación, no refleja sino el declive de la profesión. Puede ser
cierto, pero esa sería otra historia. El caso es que la fecha –esos dos palitos
del número uno, tan parecidos a las torres masacradas- ha engrosado una iconografía
de derrotas coincidentes, unas más locales que otras, que hasta el año 2001 se escribían con
mayúscula también en sus respectivos lugares.
Para los catalanes, el 11-S
es la conmemoración de la lapidación del
autogobierno catalán a manos de las huestes hispanofrancesas en el
lejano año de 1714.
El primer rey Borbón, Felipe V, decidió el asedio de Barcelona, cuyos 5.000 soldados se rindieron finalmente al acoso de una milicia binacional de 40.000 hombres al mando del inglés duque de Berwick. Aquella derrota y la posterior proclamación del Decreto de Nueva Planta por el que se borraba cualquier vestigio de identidad catalana ha sido punto de encuentro de los catalanes, desde el resquemor, el sigilo y la clandestinidad, primero, hasta la explosión de júbilo sin precedentes del año 1977. Aquella Diada histórica de hace 25 años nos pilló a un grupo de periodistas, entre ellos dos catalanes, en una Alemania aterrada por la banda Baader-Meinhof o Fracción del Ejército Rojo que acababa de asesinar al jefe de la Patronal alemana Hans Martin Schleyer. Pese al reciente atentado terrorista, la concentración millonaria catalana llegó a las primeras páginas de los diarios alemanes en su aspecto menos festivo, como fue la represión inmisericorde que prosiguió al festejo.
El primer rey Borbón, Felipe V, decidió el asedio de Barcelona, cuyos 5.000 soldados se rindieron finalmente al acoso de una milicia binacional de 40.000 hombres al mando del inglés duque de Berwick. Aquella derrota y la posterior proclamación del Decreto de Nueva Planta por el que se borraba cualquier vestigio de identidad catalana ha sido punto de encuentro de los catalanes, desde el resquemor, el sigilo y la clandestinidad, primero, hasta la explosión de júbilo sin precedentes del año 1977. Aquella Diada histórica de hace 25 años nos pilló a un grupo de periodistas, entre ellos dos catalanes, en una Alemania aterrada por la banda Baader-Meinhof o Fracción del Ejército Rojo que acababa de asesinar al jefe de la Patronal alemana Hans Martin Schleyer. Pese al reciente atentado terrorista, la concentración millonaria catalana llegó a las primeras páginas de los diarios alemanes en su aspecto menos festivo, como fue la represión inmisericorde que prosiguió al festejo.
Un Once de Septiembre más universal, opacado ahora por el terror
de las Torres Gemelas, fue la derrota de la democracia en Chile a manos del
ejército comandado por el general Augusto Pinochet. Muchos hubo que creyeron y
creen todavía que aquel día de finales del invierno austral de 1973 supuso la
victoria de la ley y el orden sobre las hordas rojas, ateas y comunistas, que ponían
en peligro la civilización occidental. Pero haciendo abstracción de los errores
de los gobiernos de Salvador Allende ante la brutal acometida del poderoso
vecino del norte, la fecha icónica de aquel año fue el principio de la derrota
de los ideales democráticos de un continente que aún lucha por su identidad. El
año de 1973 inició la infame década de los gobiernos militares en el subcontinente
y su estela de secuestros, torturas, asesinatos y terror. Todavía hoy, cada 11
de septiembre se reproducen en las alamedas de las que habló Allende en su
último discurso la carga de los carabineros contra los manifestantes a los que
la vida no les concedió la paz de la desmemoria.
La Diada y la “pinochetada” tuvieron como secuelas (al menos hasta
el año 1978, en el primer caso) la violencia de las conmemoraciones por la
explícita represión de los gendarmes del orden. Ahora, en este primer
aniversario del día icónico por excelencia, junto al llanto por las víctimas se
columbran también regueros de sangre y estallido de fuegos. Los españoles
deberíamos hablarle al mundo de nuestra experiencia. En nuestra carne aparece
la mordedura del terror en cuya cúpula se han ido asentando diversos
criminales, sucesivamente sustituidos sin que por ello cesara la muerte. La
comunidad internacional y más concretamente los EE.UU. buscan a Bin Laden. Es
muy probable que nunca lo encuentren e incluso no son pocos los que están
convencidos de que ha muerto. Pero el terror, una vez implantado, no llora a
sus jefes, sino que los sustituye, y a Occidente le toca jugar sus cartas con
más sutileza y menos arbitrariedad. ¿Un Sadam Husein que haga olvidar a Bin Laden? Y después, qué: ¿el choque de
civilizaciones que describe Samuel Huntington? Una derrota llevaría a la otra y
el 11 de septiembre se convertiría así en el icono sangriento de todo el calendario
de nuestras vidas.
La Verdad 18 de septiembre de 2002
No hay comentarios:
Publicar un comentario