jueves, 29 de enero de 2015


LA INSOPORTABLE IMPUNIDAD DE LA CORRUPCIÓN
  
   Posiblemente sucediera en la promoción de alguna película reciente, quizás en la cinta “Jauja” que relata episodios de la matanza de indios en la Patagonia argentina, eufemísticamente llamada “la conquista del desierto”. En ese acto, o en una entrevista de promoción, el actor estadounidense Viggo Mortensen señaló que lo peor de la situación española no era tanto la corrupción sino su insoportable y persistente impunidad.

Me llamaron estas declaraciones especialmente la atención por proceder de una persona inteligente que había pasado muchos años de su vida en Argentina donde aún persiste, como una odiada referencia para las mentes honradas, una cruel impunidad ante delitos y corruptelas de imposible ocultación (caso de los atentados contra la embajada de Israel, la AMIA judía y el suicidio─asesinato del fiscal Alberto Nisman)
     Pero tenía razón el protagonista de El Señor de los Anillos y de El Capitán Alatriste. Como en los países de su entorno, siempre ha habido episodios de corrupción en España. Basta echar un vistazo a los cuarenta años de franquismo en el que el estraperlo era lo más suave que ocurría en una sociedad en la que se imponía el silencio de los cementerios, pero desde la ley del Suelo del gobierno de Aznar pareció que se decretaba la barra libre para cualquier tipo de entuertos.

     Una ley por permisiva que sea no genera corrupción, pero sí allana el camino de los corruptos para encontrar los resquicios necesarios que les permitan aplicarse a su tarea. En este caso de la burbuja inmobiliaria, los afanes y el enriquecimiento se produjeron en medio de una insoportable y persistente impunidad. Alcaldes y concejales de Urbanismo, funcionarios de Diputaciones y consejeros de Comunidades Autónomas, hasta cerca de un millar de imputados, inflaban sus bolsillos ante el alborozo de quienes gozaban de recalificaciones de terrenos o volúmenes de edificación insensatos, y en medio de la complacencia del sistema financiero, bancos y cajas, que disfrutaban de la francachela y los alboroques de sus clientes.
     La larga y profunda crisis económica, como un tajo de arma blanca en el cuerpo social de este país, dejó ruina y miseria por doquier, urbanizaciones fantasma como ruinas de una guerra, empresas auxiliares del sector de la construcción cerradas, desempleo rozando la obscenidad y la evaporación del sueño colectivo del bienestar, la solidaridad y la justicia.
     La crisis y su permanencia ha generado una profunda sensación de asco ante las recurrentes historias de corrupción que ya sin aplausos han ido aflorando conforme los jueces se han aplicado a adecentar esta sociedad: dirigentes políticos con fortunas en el extranjero, pandillas de golfos que tomaban los consejos de administración públicos como fincas privadas, partidos políticos horadados como madrigueras de conejos, instituciones del Estado con porquería bajo sus alfombras… Aunque la experiencia asegura que es el hombre el único animal que tropieza en la misma piedra, puede que pasen años antes de que se borre de la memoria colectiva los tiempos de vino y rosas en que se jaleaba a los corruptos como benefactores de la sociedad.

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