lunes, 2 de febrero de 2015


PONGAMOS QUE ES UN MILLÓN

    Otra vez a vueltas con el recuento y el fervor de los adictos. El anuncio del partido Podemos asegurando urbi et orbi que pensaba llenar la Puerta del Sol de Madrid llevó a pensar que se trataba de un aviso con timidez incorporada. Porque la plaza se llena en un suspiro. A tres personas por metro cuadrado no se llega a los 35.000 manifestantes.
La visión aérea de la manifestación del 31 de enero, sin embargo, mostró zonas donde no cabía ni un alfiler y otras en las que las fotografías mostraban densidades entre los tres asistentes por metro cuadrado, los dos y el uno y medio de Cibeles. El diario El País, experto en aguarles la fiesta a los convocantes de manifestaciones que terminaban dando cientos de miles de asistentes a concentraciones que no habían pasado de 30.000, calculaba la afluencia a la gran exhibición de Podemos, en la que los organizadores estimaron en 300.000 los enfervorizados asistentes, en 153.000 personas, en contra también de los cálculos de la Policía Municipal que tiraban por lo bajo.

     Pero es que 150.000 personas, más de estadio y medio del Bernabéu, son muchas personas y una convocatoria que las congregue alcanza el éxito.
     La obsesión por el millón o el medio millón de personas en cualquier manifestación que se precie viene persiguiendo a la sociedad madrileña desde los tiempos en los que a Franco no lo aclamaba menos de un millón de enfervorecidos adeptos ni de broma. El primero de octubre de 1975, apenas tres meses antes de su fallecimiento, los medios de comunicación cifraban en un millón el número de manifestantes que lo vitoreaba frente a la ola internacional de protestas por los fusilamientos del 27 de septiembre. Fue la última ocasión en que se escuchó el “mantra” del contubernio judeo-masónico como pertinaz enemigo de España. Sin embargo, aquel millón de manifestantes que todos daban por bueno alcanzaba con dificultad los 140.000 adictos y ello porque tanta gente junta suele producir una impresión de enorme multitud difícilmente cuantificable.
     La plaza madrileña más deseada para el gentío desde antes incluso de la proclamación de la Segunda República tiene una superficie total de 11.500 metros cuadrados, que con las estatuas, los kioscos, el monstruoso caparazón del metro y otros obstáculos puede albergar 32.000 agobiados manifestantes, si son tres por metro cuadrado, o 40.000 en el caso de que no quepa un alfiler como sucedió el sábado.
     Ocurre que a nadie le interesa la verdad. El millón suele ser esgrimido por los organizadores de cualquier acto multitudinario que se celebre en Madrid sea cual sea su tinte político para no ser menos que el adversario. A la Policía Municipal que ejerció durante un tiempo de contrapeso a tanto cálculo a voleo vino a ayudarla una empresa especializada en medición de aglomeraciones que se convirtió en la pesadilla de los convocantes… hasta que la crisis o el malestar por sus magros recuentos, indiscriminados a derecha e izquierda, obligaron a la empresa a echar el cierre como una nueva evidencia de que la primera víctima de una manifestación, como en la guerra, sigue siendo la verdad y no las farolas.

 

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