lunes, 17 de junio de 2013


EN CUEROS VIVOS

Así, en cueros vivos, y no sólo en los aeropuertos, nos está dejando el maldito vicio que ha acometido a los gobiernos y los servicios de “¿inteligencia?” de todo el mundo de escudriñar en nuestras vidas para conocer la talla y la marca de nuestra ropa interior.


El brutal ataque terrorista del 11-S de 2001, que colapsó las Torres Gemelas y provocó graves daños en el centro neurálgico militar de EE.UU., el Pentágono, ha servido para que al socaire de la lucha antiterrorista todo esté ya permitido, como han demostrado las revelaciones del joven informático Edward Snowden, considerado traidor por los estadounidenses, y las consiguientes declaraciones de redes sociales como Facebook y Microsoft reconociendo su colaboración con el espionaje de EE.UU., no sabemos si por medio de la red anglosajona Echelon o por otros conductos más sofisticados.




El caso es que antes de las Torres Gemelas ya se estaban produciendo ataques a nuestra intimidad mediante complicados artilugios. A principios del año 2000 se informó de que Wendy Ark, una investigadora de IBM, prometía conocer nuestras constantes vitales con la simple utilización del ratón de nuestro ordenador. Se decía entonces que tan pronto pusiéramos la mano en el bendito ratón informático (o en el volante de un automóvil o en la nuca de una mujer o en la banda magnética de nuestra inseparable tarjeta de plástico) se podría calcular nuestro pulso, la temperatura corporal, el sudor y las emociones hasta quedarnos en pelotas sin control ante el Gran Hermano que de esa manera sabría de nuestra fragilidad –tantos años empleados para esconderla-- y nuestra infinita capacidad para la abyección.

Las sospechas del escritor británico George Orwell estaban tomando cuerpo con tal celeridad que al 7 de septiembre de 2001, cuatro días antes del ataque contra las Torres Gemelas, se decidió denominarlo Día Mundial contra la Videovigilancia en las ciudades. No creo que nadie recuerde la efeméride. Tras el atentado de Al Qaeda, Manhattan  triplicó, hasta las 153, las 50 cámaras callejeras por kilómetro cuadrado que había unos meses antes. “Souriez, Vous Êtes Filmés” era el nombre de una de las asociaciones francesas con el que se quería dar a entender que puesto que es imposible sustraerse a las cámaras, lo mejor es sonreír y ponerles nuestra mejor cara a quienes “continua y tranquilizadoramente” siguen nuestros pasos.

Se aseguraba hace cerca de una decena de años que un turista o un habitante de Londres podía ser filmado unas 300 veces diarias. La Comisión Europea advirtió ya entonces de que en el Reino Unido existían más de cuatro millones de cámaras de videovigilancia a disposición de la policía, pero también de los bancos, los supermercados, los agentes de tráfico o los responsables de los espacios deportivos. Imagínense ahora. Y lo mismo en todas las grandes ciudades del mundo desarrollado.

En algún ordenador gigante de la red Echelón anglosajona o de la europea Enfopol, que tan minuciosamente vigilan nuestras comunicaciones, se archivan nuestras miserables biografías. Somos escrutados tan cuidadosamente por el rastro de nuestras tarjetas de plástico, nuestra navegación por Internet, o las cámaras de nuestra comunidad de vecinos que nuestra intimidad está siendo violada cada minuto de nuestra vida. Otro día contaré las indiscretas confesiones de un banquero pasado de copas.

Y todo con el argumento de que nuestra seguridad debe llevar aparejada una limitación de la libertad, como se encargó de subrayar sin empacho ni rubor, hace unos días, el presidente Barak Obama.
 
El planeta de los simios anda cerca.   

  

3 comentarios:

  1. Estoy segura de que a tí no te escudriña capta coge o filma cámara oculta alguna.
    Y si lo hace, será sonriente y presto

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  2. "Pero estábamos con la Señora Historia Paradójica y en Barcelona, en la Plaza de George Orwell. Al poco de su solemne inauguración por la corporación municipal gobernada por el PSOE, empezó a ser conocida como Plaza del Tripi, pues el nuevo espacio urbano se convirtió en punto de reunión del pequeño mercado clandestino de drogas –tripi, del inglés trip, viaje: trocito de cartulina de medio centímetro cuadrado impregnada de ácido lisérgico (LSD), también conocida en argot como cartón de la risa, ajo, etcétera–. Para controlar a los pequeños delincuentes, camellos, y a los pobres toxicómanos, enganchados, la corporación municipal, también socialista e ilustrada, quizás lectores de Orwell –seguro que del Homenatge a Catalunya (primera edición en catalán: Ed. Ariel, Barcelona, 1969), por patriotismo y para saber qué habían bautizado, y los más ilustrados, de 1984– y los políticos, 'especialistas en no ponerse colorados' como son (decía Pepe González Cano), decidieron inaugurar el servicio de cámaras de video-vigilancia de la ciudad ni más ni menos que ¡en la Plaza de George Orwell!"

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