CONFESIONES DE UN BANQUERO DIPSÓMANO
Me lo decía un bancario amigo en una lejana noche de copas, suelta ya
su lengua. Yo lo llamaba banquero debido a los altos cargos que ocupaba en
países americanos, pero el me repetía una y otra vez que sólo era un bancario,
con mucha experiencia, pero bancario y como tal se iba a jubilar, al contrario
que los banqueros, que no se jubilan nunca.
Aquella noche hablábamos del control que ejerce el poder de cualquier
tipo sobre los ciudadanos y su insaciable voracidad por adentrarse en su
intimidad. Ya no era el ojo de la cerradura, ni el agujero en la pared de los
vestuarios, ni el magnetófono espía bajo la cama de la pareja infiel. Todo se
había vuelto tremendamente sofisticado. Y no sólo el poder: todos nos hemos
vuelto unos fisgones, le decía yo, como lo demuestra el imparable auge de los
vídeos pornográficos caseros y el huroneo en las redes sociales en busca de
barro con el que ensuciar a alguien venga o no a cuento.
En aquel entonces yo me cuidaba de no caer en las telas de araña de Facebook, Linkedin o Twiter y le comentaba el placer de sentirme a salvo.
A lo que el banquero dipsómano, repantigándose en la barra del bar, bien
aferrado a su vaso de malta 18 años, me espetó:
“¿Tú crees que no tenemos datos sobre ti? Estás loco. Mira, todos tus
pasos son seguidos escrupulosamente por el rastro indeleble que dejan tus
tarjetas de plástico. Aparte de la nómina que percibas y los créditos que debas
devolver, sabemos de tu nivel de vida por la compra en el supermercado, en los
grandes almacenes, en los restaurantes y en los bares que frecuentas.
Conocemos
tus vicios o al menos los sospechamos y sabemos dónde los desarrollas por las
extracciones de dinero que realizas en determinados cajeros y la reiteración
con que te acercas a ellos. Si un día sacas, por ejemplo, 200 euros y tres días
más tarde vuelves al cajero y no has dejado rastro de ese gasto, es que lo has
empleado rápido en cualquier lugar no santo. No te desesperes, pero es así. Y
lo mismo con tus desplazamientos, fácilmente detectables por las gasolineras
donde repostas. Conocemos tus seguros de vida, de accidentes y de hogar y de
sobra sabes que todos estos datos a quienes más les interesan es precisamente a
las compañías aseguradoras, empeñadas además en conocer al instante tu estado
de salud. Ya tenemos acceso a los listados de las compañías de teléfonos y
sabemos lo que gastas en comunicarte y a dónde llamas. Y tus gastos de farmacia
y la frecuencia de tus compras de viagra. Cruzando todos los datos podríamos
conocer el nombre de tu amante, su edad y hasta sus ciclos menstruales. Y
tocaremos el cielo cuando te decidas de una vez a comprar por medio de
Internet. Para entonces conoceremos hasta el nombre propio de tus ladillas.”
Y me miró triunfante como sólo un borracho poderoso te puede mirar.
Seguro que fuiste tú quien le aclaró todos esos extremos, minucias y pormenores al pobre bancario, que hubo de agarrarse a la malta dieciochoañera en vaso a falta de mejor agarre
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