martes, 3 de diciembre de 2013


EL ACOSO DE LA INFAME TURBA

     En 1971 la editorial Lumen publicó un libro de entrevistas, “Infame turba” se titulaba, a una serie de escritores comprendidos entre Leopoldo María Panero y Gabriel Ferrater, como Ana María Moix, Félix de Azúa, Pere (Pedro entonces) Gimferrer, Vázquez Montalbán, Luis Goytisolo, Claudio Rodríguez, Marsé, García Hortelano, Benet, Castellet, Carmen Martín Gaite, Ángel González, y así hasta veintiséis narradores, poetas o críticos con años de trabajo a sus espaldas, de lucha con el idioma en pos de la hermosura, en debate permanente con los demonios de la censura, los editores, los lectores o los finales de mes. Por entonces, todavía España era tiempo de silencio y los políticos bienpensantes de la época catalogaban de infames a tan excelente ramillete de genios del pensamiento y la palabra para empaquetarlos bajo el marbete de turba: “muchedumbre de gente confusa y desordenada”.

Lejos se estaba todavía de calibrar en toda su extensión la chusma que al socaire del pelotazo, la sinvergonzonería, el chanchullo municipal, los proyectos faraónicos, las televisiones privadas y los índices de audiencia estaba emergiendo de las cloacas. Zascandiles, perillanes, zaramullos, mequetrefes, pícaros, tunos, chiquilicuatros, botarates, estafadores y chantajistas de falda o pantalón fueron tomando posesión de nuestras vidas, invadiéndolas, desde las páginas de semanarios rosáceos y las pantallas de televisión.

    Hace unos días entré en una cafetería madrileña con la televisión de plasma a todo grito y mi sorpresa no tuvo límites al reconocer a los mismos bufones, gritones y embaucadores que había abandonado uno o dos años antes por hartazgo y náusea. Semejantes temas, idénticos personajes de referencia ausentes del griterío, rostros compungidos en trance de confesión general, falsos sollozos y el mismo conductor en el papel de madrastra azuzando al insulto y la descalificación. Entrevistas en cualquier canal a personajes del submundo moral, recién excarcelados, igual da si violadores, asesinos o chantajistas, con tal de elevar la audiencia y el morbo hasta la excelencia del vómito. Programas de fisgoneo, “realities” en “prime time” (¡Dios, el inglés para audiencias millonarias!), repletos de camas deshechas, conversaciones zarrapastrosas y un hedor a ventosidades trascendiendo la pantalla.

Se podrá argüir que esa sociedad descarnadamente expuesta y los programas que la contienen también se prodigan en sociedades con más años de competencia televisual que la nuestra. También que tanta sobreexposición de miserias es seguida por una multitud de espectadores deseosa de dejar sus preocupaciones por un rato para meterse en la piel de los personajes de esta esperpéntica corte de los milagros, fomentada en silencio por los poderes públicos en una nueva edición del pan y circo de los romanos o del toros y fútbol de la España más cañí. Cierto, pero también las ejecuciones públicas eran seguidas con entusiasmo hasta ayer no más hasta que alguien decidió prohibirlas y recluirlas a un ámbito más privado y su ejemplo fue seguido por el resto de los países que las exhibían. Y después hubo un legislador valiente que las abolió, las públicas y las privadas, y el ejemplo cundió sin que hasta el momento tenga noticia de ninguna revuelta popular.

No es cuestión de implantar censura alguna, sino generar un movimiento con tal capacidad de atracción que lleve a los telespectadores a apagar el televisor o cambiar de canal cada vez que el hedor atufe sus narices. A ver si de ese modo nos dejan tiempo para dedicarlo a los otros infames que acosan nuestras vidas.
  

 

 

3 comentarios:

  1. Hace mucho que llegué a la conclusión de que nuestro tiempo pasó.
    El entorno empezó a resultar tan chirriante y estridente, tan falso e inasumible, tan chocante y sorprendente, que sólo pude constatar que ése no era el mundo en que me había desenvuelto en mi primera existencia, y así se lo dije a mi segunda pareja.
    Estamos viejos, porque paulatinamente hemos tomado conciencia de que el mundo es otro e inasumible, y lo peor, a nadie parece extrañarle.
    Y empecė a preguntarme si las anteriores generaciones conocieron tambien semejante momento de inflexión mientras nosotros avanzábamos exultantes.
    Continúa la carrera hacia adelante, desbocados los caballos, sin que nadie parezca percatarse de la estampida.
    No es ni siquiera el "Ladran, luego cabalgamos."
    Leída tu turbamulta, sólo puedo darte la bienvenida al club de los estupefactos caducantes.
    Cariños desde el otro lado de la Cordillera

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    1. Bueno, pero nos queda vida y ganas de morderla, y rabia al constatar la hipocresía de discutir todos las leyes educativas y permitir que una panda de vividores nos analfabeticen las meninges.
      ¿Cordillera? ¿No te estarás confundiendo con Chile?

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