LA INTUICIÓN DE ADOLFO SUÁREZ
(En la víspera del 35 aniversario de la Constitución de 1978, conviene
recordar los trabajos y el esfuerzo de un hombre cuya genial intuición política
se encuentra ahora enquistada en algún lugar de su desmemoria. Por ello reproduzco
aquí con algún retoque para actualizarlo el artículo que publiqué en La Verdad de Murcia el 18 de octubre de
2012)
Aquel día otoñal de 1979 llovía a ráfagas sobre toda la Península, especialmente
en Cataluña y en el País Vasco, pero también en un Madrid húmedo y gris cuya
temperatura máxima no sobrepasó los 12 grados. En el palacio de La Moncloa,
sede de la Presidencia del Gobierno, el equipo del presidente Adolfo Suárez
trataba de mostrar la más completa normalidad ─“tranquilidad bajo presión”, la
calificaba Eugenio Bregolat─ mientras los datos se iban colando por el teléfono
y los teletipos.
Pero la situación distaba de ser normal: aquel jueves 25 de octubre de
1979 se celebraban los referéndums vasco y catalán sobre sus respectivos estatutos
de autonomía que terminarían aprobando con amplitud en Cataluña y con menos
entusiasmo en Euskadi. Aquellas consultas suponían un hito en la configuración
del Estado autonómico que comenzaba a dar sus primeros pasos entre avisos de
secesión lanzados por el diario El
Alcázar, órgano oficial de la Hermandad de Combatientes, y las llamadas a
la abstención de Herri Batasuna.
Los llamados fontaneros de la
Moncloa estaban casi al completo. El jefe de Gabinete de Suárez, Alberto Aza;
el secretario de Estado para la Información, el ya fallecido Josep Melià;
Alberto Recarte; Eugenio Bregolat; Aurelio Delgado… todos se afanaban por
mostrar un gran tranquilidad ante el periodista del diario La Vanguardia que esa tarde pasaba unas horas con Suárez para
escudriñar sus reacciones e indagar sobre sus inquietudes. Solo faltaba José
Coderch que se había trasladado a Cataluña para seguir la consulta a pie de
urna. Después de la templada charla “of
the record” con el periodista, Suárez iba a revisar con el ministro de la
Presidencia, José Pedro Pérez Llorca, el estatuto de Galicia. Todo un atracón
autonómico. Luego, una tortilla francesa de un huevo y un vaso de leche.
Acompañando sus largas zancadas, Suárez reflexionaba sobre los miles de
personas que accederían al estatus de clase política con el nuevo mapa
autonómico ─“eso precisa un aprendizaje”, me apuntaba─ y mostraba su
preocupación por la falta de conexión de los políticos con las demandas reales
de la población. Le inquietaba la respuesta de ETA al día siguiente, pero sobre
todo le preocupaba el nacionalismo catalán, mucho más peligroso a su parecer y más
secesionista que el vasco, debido quizás a que el primero se alimentaba de historia
y mitos y el segundo solamente de mitos. Tenía decidido pedirles a los dirigentes
catalanes en la mañana del viernes 26 sentido de la responsabilidad. Aquella
intuición, inexistente en la mayoría de sus colegas de entonces y de ahora, era
el plus de sagacidad política que adornaba al primer presidente de nuestra
joven democracia, sumergido ahora en la niebla de la desmemoria.
Treinta y cuatro años después, una marea soberanista, impensable hace
apenas un par de años, parece querer incendiar el mapa de Cataluña y prender el
de toda España. Una marea convocada por el peor gestor económico que ha tenido
Cataluña, incluido el desastroso Gobierno tripartito, para ocultar su gestión
ruinosa de las finanzas catalanas. Con mensajes referidos al robo de España y
al “derecho a decidir”, Artur Mas ha dejado de lado el “seny”, el sabio sentido
del pacto y del pragmatismo, de Capmany, Cambó, Tarradellas o del mismo Pujol,
para convocar a la “rauxa”, el arrebato, la cólera, que en el curso de la
historia ha zarandeado al pueblo catalán. La “rauxa” del Corpus de Sangre, de
la Semana Trágica o del Estat Catalá. La “internacionalización del conflicto”
ahora.
Gestión económica al margen, las urgencias catalanas surgen cuando se
echa abajo su nuevo Estatuto y la política recentralizadora se cierra como un
puño sobre el Estado de las autonomías. Las ocurrencias de federalismo (¿17 estados
federados?), inmediatamente contestadas por los soberanistas, o de
confederación, descartadas en el marco de una monarquía parlamentaria, no son
más que paños calientes para una situación que hace años debió afrontarse para
no dejarla pudrir. Una situación que requeriría la intuición de un político
como aquel Suárez de la lluviosa tarde de otoño de 1979.
La suerte está echada si el remedio a la chilena es la desmemoria de Suárez.
ResponderEliminarA la deriva
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