CRISTINA ONASSIS EN SU HUMILDE ANIVERSARIO
Los meses
de noviembre llevan mucha muerte en sus alforjas, no se sabe si porque el aire se enrabieta y pasa de la caricia al
alfilerazo o porque los meses del calor boreal agotan al personal y lo convierten en víctima o en verdugo. Pero desde los
primeros días, que conmemoran a todos los santos del Cielo y a todos los
difuntos de la Tierra (santos o no), basta con rascar un poco cualquier día para
encontrar un muerto de postín.
Por estas fechas se recuerdan las
muertes de, por ejemplo, el presidente John F. Kennedy, el anarcosindicalista
Buenaventura Durruti o el fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera;
o el mismo Franco o yo qué sé de gente. Solo los de las cifras redondas -20,25, 30, 50 o 100 años- suelen ser motivo de atención de obituarios y recordatorios. Tendría que ponerme a googlear en plan documentación y tampoco
viene mucho al caso. El más
humilde es también el de una millonaria, Cristina Onassis, a quien tan solo el hecho de
cumplirse el 25 aniversario de su muerte la viene a sacar fugazmente del olvido.
El martes 19 escuché a Joaquín
Sabina en Radio Nacional cantar “Pobre Cristina”, una canción que compuso tres
años después de la muerte de Cristina Onassis en la residencia de sus íntimos
amigos Alberto y Marina Dodero, en el Country Club Tortuguitas, a 40 kilómetros
al Norte de Buenos Aires. Los Dodero, una poderosa familia de armadores
argentinos, administraban los intereses de los Onassis en Argentina.
El redondo aniversario de la
muerte de la rica heredera ─25 años, un cuarto de siglo─ aliñado con la letra
de Sabina (“Era tan pobre que no tenía
más que dinero…”) me trajo a la memoria la llamada telefónica del entonces
redactor político del diario “Clarín”, Ricardo Kirschbaum, aquel sábado 19 de
noviembre de 1988. Kirschbaum, actual director del diario de mayor tirada de
Latinoamérica, me comunicaba la muerte de Cristina
Onassis. Creo que le repliqué algo tan irreverente como, “¿La gorda?, pues muy bien”, situándola en Scorpios o por algún
lujoso incosol del mundo. Insistió Ricardo: “Pero
es que se ha muerto aquí, en Buenos Aires”. “¿Un sábado, a quién se le ocurre
morirse un sábado?” “Lo ha dado radio Rivadavia”, concluyó Ricardo.
Tras las comprobaciones
oportunas, aquella noticia transmitida al mundo por los teletipos de la agencia
EFE fue mi primer “scoop” (la primicia de una noticia de alcance mundial) en
Argentina. Su muerte cerraba un extraño círculo que inició décadas antes su
padre, un pobre inmigrante griego, en Buenos Aires. Fue allí en la más europea ciudad
del mundo, donde Aristóteles Onassis comenzó a forjar su fortuna.
La noticia conmocionó el mundillo
de Buenos Aires con una mezcla de pesar y de cierta alegría por haber elegido
la rica heredera de 38 años tan bella ciudad para mandarse a mudar de este
mundo. Desde el principio, los sedantes, el alcohol y las anfetaminas salieron
a relucir como un detonante mortal para explicar el fallecimiento de Cristina.
El juez que ordenó la autopsia
del cadáver tipificó el caso como “muerte dudosa” y el cuerpo sin vida de la
millonaria griega se embalsamó para su inhumación en la isla de Scorpios. Meses
después se conocería que las vísceras de Cristina Onassis se habían quedado en tarros
de cristal en algún laboratorio forense de la ciudad.
En su voceado enamoramiento bonaerense,
Sabina perpetró su canción “Pobre Cristina”
con su miaja de maldad hacia la desafortunada millonaria:
De la isla de Scorpios en yate a New York
del gran baile de Mónaco a cenar al Maxim’s.Guardaespaldas armados la sacan del Rolls
un amante alquilado le calienta la suite.
……….…
Nadie le advierte que al cielo no se va en Limusina
qué mala suerte que no acepte la muerte propina.
Y luego un Cris… Cris… repetitivo como el canto de un grillo en la noche
porteña.
Frente al poderoso medio siglo
del asesinato de JFK, el de la Onassis puede que no se coma un colín, de ahí
este misericordioso recuerdo hacia la chica que “aunque se derrita perfumada de sudor no se quitaba el albornoz”.
Cosas de Sabina.
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