REDES SOCIALES: ENTRE
LA SOLEDAD Y LA EGOLATRÍA
El 15 de julio
pasado, tras darle a la tecla Enter en mi último post sobre política española,
decidí tomarme un tiempo de reflexión sobre las redes sociales a las que me había
llevado mi nueva ocupación de bloguero. Mi carpeta de entrada de Outlook siguió
rebosando de correos electrónicos absolutamente prescindibles y determinadas
redes, como Facebook, Linkedin o Twiter me acosaban y achuchaban de manera
inmisericorde para pertenecer a su cruce de mensajes o participar más
activamente en él. No me dejé. Incluso opté por rebajar hasta el encefalograma
plano mi participación en Facebook, tan agobiado y desorientado me hallaba. Y
sigo estándolo, que conste.
Habría sido una bendición que como en “Amanece que no es poco”, la genial película de José Luis Cuerda, alguien me hubiera gritado: “Todos somos contingentes, pero tú eres necesario” Si alguien lo dijo, no lo oí.
Las redes
sociales son ideales para una serie de prototipos en los que pronto advertí que
no me encuadro:
─Los
especialistas, los que más colaboran con el conocimiento aunque sea fugitivo y
sensorial. Son los gastrónomos; los amantes de la moda; los ingenieros en
cualquiera de sus manifestaciones; los buscadores de gangas o de tesoros; los
melómanos, los bibliófilos, gentes sabias en su terreno, deseosas de compartir
sus conocimientos e intercambiarlos. Creo que deberían ser los supervivientes
de la red.
─Los
solitarios, deseosos de hallar una compañía virtual que no son capaces de
enhebrar de manera real. Junto con los depresivos suelen ser personajes pasivos
y una rémora para las redes.
─Los
ególatras, urgidos por su convicción de que el mundo no puede girar
adecuadamente sin sus comentarios, sus recuerdos o sus convicciones (por lo
demás perfectamente prescindibles) Son estos tan semejantes a los argentinos
que como ellos basta con que se arrojen desde su ego para suicidarse.
─Los
mesiánicos, quizás los peores, porque unen a su creencia de constituirse en los
salvadores de la humanidad su adanismo, su convicción de ser los primeros en
formular una serie de propuestas que si no están recogidas en libros ni manuales
es porque suponen una sarta de naderías sonrojantes para el conocimiento humano
tan duramente elaborado.
─Los
vanidosos, unos chiquilines que con decir “pedo, caca, culo, pis” ya se creen
Miguel Delibes en su Príncipe destronado.
Durante este
verano dubitativo, en exceso caluroso y sin el maná de las tormentas de agosto,
advertí que los mesiánicos, los ególatras y los vanidosos recurrían a los recuerdos,
las “nanis” y el oloroso seno de antaño tan pronto la realidad se volvía
aburrida o simplemente gris.
Todavía
quedaban algunos especímenes blogueros y uno en especial en el que quizás
podría quedar yo enmarcado:
─Los
periodistas arrojados de sus periódicos de los que podría decirse que necesitan
altas dosis de egolatría, mesianismo y vanidad para atreverse a escribir
durante años para decenas de miles de lectores (otra cosa es que alguien los
lea) Pero este apartado en el que sí me encuadro guarda alguna característica
peculiar. El mensaje que a modo de artículo volcamos en el periódico funciona
como un bocadillo de sardinas envuelto en papel prensa: se difumina con el
entorno, se contrarresta con opiniones divergentes e incluso opuestas y obliga
a bajarse del púlpito en el que sin quizás pretenderlo se sube el bloguero poco
especializado.
Tras arduas
reflexiones aquí simplificadas la inquietud persistía. Entre otras muchas, la
gran diferencia entre escribir en periódicos locales o nacionales y los post
del blog consiste en cómo comunicarse con los dos lectores que dice Blogger que
tengo en Mongolia o los cinco de Nueva Zelanda hablándoles de Mariano Rajoy o
de Pérez Rubalcaba. ¿Me entenderían? ¿Era eso lo que esperaban de mí o por el
contrario aguardaban unos mensajes que no sé si podré enviarles?
Preguntas
persistentes como carcomas:
¿Para qué
seguir escribiendo 50 años después de ver aparecer tu firma impresa en un
periódico?
¿Qué queda por
decir y a quién puede interesarle?
¿Para qué
escribir y no sumergirse en cambio en los millones de páginas que quedan por
leer?
¿Para qué?
¿Por qué? ¿Qué? Preguntas sin respuesta hasta que mi querida amiga María José
Méndez, compañera de ABC aunque no coincidiéramos en el tiempo, pragmática como
un aldabón de bronce, segura en sus convicciones como un Papa tridentino, me
dijo apenas dos días atrás:
─Sólo porque a
ti te gusta. No le des más vueltas: sólo porque a ti te apetece. Lo demás no
importa.
Así que las
culpas al maestro armero, perdón a Mariajo.
Estoy convencida que nadie me va a echar ninguna culpa.
ResponderEliminarQue el cielo te oiga, querida cofrade
EliminarHola, Manuel. Tu pluma es un bisturí; certero, implacable y regenerador.
ResponderEliminarJuan Antonio.
Querido Juan Antonio, ¡cuánto tiempo! Gracias por tus palabras, pero ya querría yo ser capaz de escribir novelas como las tuyas. Un abrazo
EliminarManuel María Meseguer