viernes, 20 de septiembre de 2013


REDES SOCIALES: ENTRE LA SOLEDAD Y LA EGOLATRÍA

El 15 de julio pasado, tras darle a la tecla Enter en mi último post sobre política española, decidí tomarme un tiempo de reflexión sobre las redes sociales a las que me había llevado mi nueva ocupación de bloguero. Mi carpeta de entrada de Outlook siguió rebosando de correos electrónicos absolutamente prescindibles y determinadas redes, como Facebook, Linkedin o Twiter me acosaban y achuchaban de manera inmisericorde para pertenecer a su cruce de mensajes o participar más activamente en él. No me dejé. Incluso opté por rebajar hasta el encefalograma plano mi participación en Facebook, tan agobiado y desorientado me hallaba. Y sigo estándolo, que conste.



Habría sido una bendición que como en “Amanece que no es poco”, la genial película de José Luis Cuerda, alguien me hubiera gritado: “Todos somos contingentes, pero tú eres necesario” Si alguien lo dijo, no lo oí.

Las redes sociales son ideales para una serie de prototipos en los que pronto advertí que no me encuadro:

─Los especialistas, los que más colaboran con el conocimiento aunque sea fugitivo y sensorial. Son los gastrónomos; los amantes de la moda; los ingenieros en cualquiera de sus manifestaciones; los buscadores de gangas o de tesoros; los melómanos, los bibliófilos, gentes sabias en su terreno, deseosas de compartir sus conocimientos e intercambiarlos. Creo que deberían ser los supervivientes de la red.

─Los solitarios, deseosos de hallar una compañía virtual que no son capaces de enhebrar de manera real. Junto con los depresivos suelen ser personajes pasivos y una rémora para las redes.

─Los ególatras, urgidos por su convicción de que el mundo no puede girar adecuadamente sin sus comentarios, sus recuerdos o sus convicciones (por lo demás perfectamente prescindibles) Son estos tan semejantes a los argentinos que como ellos basta con que se arrojen desde su ego para suicidarse.

─Los mesiánicos, quizás los peores, porque unen a su creencia de constituirse en los salvadores de la humanidad su adanismo, su convicción de ser los primeros en formular una serie de propuestas que si no están recogidas en libros ni manuales es porque suponen una sarta de naderías sonrojantes para el conocimiento humano tan duramente elaborado.

─Los vanidosos, unos chiquilines que con decir “pedo, caca, culo, pis” ya se creen Miguel Delibes en su Príncipe destronado.

Durante este verano dubitativo, en exceso caluroso y sin el maná de las tormentas de agosto, advertí que los mesiánicos, los ególatras y los vanidosos recurrían a los recuerdos, las “nanis” y el oloroso seno de antaño tan pronto la realidad se volvía aburrida o simplemente gris.

Todavía quedaban algunos especímenes blogueros y uno en especial en el que quizás podría quedar yo enmarcado:

─Los periodistas arrojados de sus periódicos de los que podría decirse que necesitan altas dosis de egolatría, mesianismo y vanidad para atreverse a escribir durante años para decenas de miles de lectores (otra cosa es que alguien los lea) Pero este apartado en el que sí me encuadro guarda alguna característica peculiar. El mensaje que a modo de artículo volcamos en el periódico funciona como un bocadillo de sardinas envuelto en papel prensa: se difumina con el entorno, se contrarresta con opiniones divergentes e incluso opuestas y obliga a bajarse del púlpito en el que sin quizás pretenderlo se sube el bloguero poco especializado.

Tras arduas reflexiones aquí simplificadas la inquietud persistía. Entre otras muchas, la gran diferencia entre escribir en periódicos locales o nacionales y los post del blog consiste en cómo comunicarse con los dos lectores que dice Blogger que tengo en Mongolia o los cinco de Nueva Zelanda hablándoles de Mariano Rajoy o de Pérez Rubalcaba. ¿Me entenderían? ¿Era eso lo que esperaban de mí o por el contrario aguardaban unos mensajes que no sé si podré enviarles?

Preguntas persistentes como carcomas:

¿Para qué seguir escribiendo 50 años después de ver aparecer tu firma impresa en un periódico?

¿Qué queda por decir y a quién puede interesarle?

¿Para qué escribir y no sumergirse en cambio en los millones de páginas que quedan por leer?

¿Para qué? ¿Por qué? ¿Qué? Preguntas sin respuesta hasta que mi querida amiga María José Méndez, compañera de ABC aunque no coincidiéramos en el tiempo, pragmática como un aldabón de bronce, segura en sus convicciones como un Papa tridentino, me dijo apenas dos días atrás:

─Sólo porque a ti te gusta. No le des más vueltas: sólo porque a ti te apetece. Lo demás no importa.

Así que las culpas al maestro armero, perdón a Mariajo.

 

 

 

 

4 comentarios:

  1. Estoy convencida que nadie me va a echar ninguna culpa.

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  2. Juan Antonio de Lucas31 de octubre de 2013, 9:13

    Hola, Manuel. Tu pluma es un bisturí; certero, implacable y regenerador.
    Juan Antonio.

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    1. Querido Juan Antonio, ¡cuánto tiempo! Gracias por tus palabras, pero ya querría yo ser capaz de escribir novelas como las tuyas. Un abrazo
      Manuel María Meseguer

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