jueves, 13 de junio de 2013


UNA TARDE CON BORGES

Para concluir este repaso a palabras, acontecimientos y literaturas de las Américas vistas desde el Madrid “rompeolas de todas las Españas” de don Antonio Machado, referiré mi único encuentro con Jorge Luis Borges, en cuya lectura y para mi vergüenza no me había demorado excesivamente hasta ese momento.
En su cuarta visita a España, invitado por la cadena de televisión estatal con motivo de la grabación de algunos de sus cuentos, Jorge Luis Borges lloró durante el visionado. Fuera de la sala de proyecciones, su bastón se apoyó después en el brazo de su asiento; sus ojos celestes, acuosos, miraban dos cuartas sobre mi cabeza; alguien le preguntó sobre su poema dedicado a España, escrito en julio de 1964 [España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad/ España del inútil coraje…]



“Yo no sabía que iba a escribir ese poema. De pronto sentí la necesidad de escribirlo. Llamé a la secretaria, porque yo tengo que escribir dictando --bueno, actualmente: soy ciego y no tengo otro medio--, y le dicté el poema. Luego le dije que me lo releyera; entonces hice dos o tres correcciones, pero meramente correcciones técnicas, ¿no?, por ejemplo, no sé, había dos versos que tenían la misma estructura formal y un verso era una repetición de otro, pero en fin, hice esa correcciones formales, superficiales, técnicas, y luego fui a casa y le dije a mi madre: ‘he compuesto un poema esta mañana’. Me dijo ‘¿Sobre qué?’. ‘¡Va!, sobre España’, le dije yo. Me dijo ‘¿Y qué has dicho?’ Y le dije con toda sinceridad, ‘no me acuerdo’ (Cuando escribo algo yo lo olvido o trato de olvidarlo inmediatamente). Ahora, eso quiere decir que ese poema no es un poema artificioso, no lo es, ya que surgió naturalmente, mi voluntad no intervino; casi, casi como si me hubiera sido dictado, por Algo o por Alguien –usemos estas dos palabras con letras mayúsculas, ¿no?--, de modo que tiene que corresponder a una emoción genuina. Creo que los lectores lo han sentido así: no es sólo un brindis a España, ni un poema de aniversario, no. Es algo que yo necesitaba escribir. Aquello había surgido, aquello había pasado a la realidad a través de mí y ahora no puedo decir nada más sobre esto, sobre las razones que me llevaron, son razones demasiado íntimas, razones tan íntimas que las ignoro."

(Nos reprende a los españoles de que usemos feas palabras importadas en lugar de tantas hermosas nuestras por escoger, como llamar melocotón al durazno. “Escuchen bien: “du  ras  no”. Ya dije, pronunciado como un verso de soneto)

“Escuchar de nuevo el castellano de acá me ha retrotraído a mi primera visita a España, que debió ser… Bueno, no tengo memoria para las fechas; digamos 1920, 1921, y luego he hecho otras visitas, ésta es la cuarta, pero desde luego, cuando estoy aquí yo pienso siempre en la primera visita, no en la segunda o en la tercera, que fueron muy gratas también. Pienso en la primera visita y en los amigos de entonces, los amigos superiores, Cansinos Assens fue de esa época. La primera vez que vine no había publicado ningún libro, era un muchacho sudamericano desconocido, y ahora, bueno, ahora soy un señor al cual se ha resignado la gente, hay muchas personas que me conocen antes de haberme visto. Nada de eso existía entonces. Pero yo me siento, digamos que  de un modo secreto y sin duda no compartido por otros, me siento tan joven como entonces. Estoy dispuesto a escribir y escribir y seguir escribiendo. Trato de no pensar en el pasado, me parece que es enfermizo. Trato de pensar en lo que voy a hacer, aunque posiblemente no lo haga. No sé si a mi edad, 73 años, uno tiene derecho a usar la palabra futuro o porvenir. Con todo, como decía Spinoza, todos sentimos que somos inmortales y seguimos haciendo proyectos. Pitágoras decía, o le atribuyeron el dicho, de que en las despedidas no hay que mirar hacia atrás. Eso puede tener un sentido meramente mágico, pero yo creo que realmente uno no debe mirar hacia atrás, salvo en la elegía, en la que se mira hacia atrás para ejecutar algo, es decir, se está mirando al futuro, o como la efigie de Jano, con dos caras: una mirando al porvenir y otra al pasado”

Aquella tarde, rebuscó Jorge Luis Borges brevemente en su memoria. Ninguna pregunta brillaba por su originalidad, pero él pretendía que sí lo fueran sus respuestas que se iban grabando lentamente en mi viejo magnetófono. Así que escarbó en el océano de sus palabras. Y dijo Borges:

“Lo que más me gusta de lo que he publicado es un libro llamado ‘El Hacedor’, porque mi editor –Frías, de Emecé—me dijo que querían publicar un libro mío. Yo le dije que no tenía ningún libro preparado para editar. Me dijo ‘sí, lo escritores siempre tienen libros, si buscan un poco en los cajones encontrarán publicaciones dispersas, manuscritos…’ Yo aproveché un domingo, debidamente lluvioso, para abrir el cajón del escritorio y encontré los textos que publiqué con el título de ‘El Hacedor’. De modo que el editor tenía razón. Ahora, yo creo que ese libro es mejor que los otros, porque yo no he escrito nada allí que no hubiera correspondido a alguna necesidad de algún momento de mi vida. Si uno se propone escribir un libro, es inevitable que haya ripios, que haya textos que sólo sirvan para unir un pasaje a otro, nada más. En ese libro las piezas son muy breves y cada pieza llega a alzarse con una cierta unidad.

“El Hacedor”, publicado en 1960, está dedicado a Leopoldo Lugones y en él se funden, casi por partes iguales, prosas breves y poemas. (Algunas frases: Nunca se había demorado en los goces de la memoria… Otra: Entonces descendió a su memoria, que le pareció interminable,…Una más: Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus despedidas no haya énfasis…) Alguien formula la pregunta –quizás yo mismo—insidiosa por lo estúpida, del tipo, ¿y qué le gusta más…?

  “Amo más mi poesía que mis cuentos, pero como soy la única persona que piensa eso, pues es más normal que los demás tengan razón. A mis amigos no les gustan mis versos. Me dicen que realmente yo soy un prosista y que soy un intruso en la poesía. Yo creo más bien que no hay una diferencia esencial entre las dos cosas. Siento que los poemas están más cerca de mí que los cuentos. Los cuentos, me parece que algunos están bien construidos, pero pueden dar la impresión de algo fabricado, en cambio los poemas, ya lo he dicho, son más íntimos. El cuento surge de mí también, pero cuando surge, ahí también interviene la idea de que este argumento es interesante, de que queda mejor desarrollarlo de este modo y no de tal otro; es decir, ya mi conciencia interviene más, entonces creo que no pueden ser tan buenos. 

 “Imagino el cuento como si fuera algo que no ha ocurrido, que tengo que ir descubriendo. Luego, tengo que buscar las palabras más adecuadas para decirlo, pero lo de las palabras es secundario. La palabra es más bien como una forma que uno divisara de lejos. Porque tratándose de un cuento, yo siempre veo, con cierta claridad --con cierta oscura claridad--, el principio y el fin del cuento; ahora, lo que no me es revelado hasta que estoy escribiéndolo es lo que pasa entre la primera línea y la última; eso tengo que, en el peor de los casos, inventarlo, y poder decir: ‘no, las cosas no han podido pasar así’. Pero yo siempre conozco el principio y el fin de mis cuentos, y además quiero que mis cuentos tengan principio y tengan fin. Ahora muchas personas escriben cuentos deliberadamente inconexos, intentan lo que en francés se llama une tranche de vie. Yo no quiero contar une tranche de vie, una tajada de vida, no; yo quiero contar un cuento, porque creo que un cuento es sucesivo, y eso ya está dado en la palabra cuento. Se dice contar y contar significa dos cosas y eso en todos los idiomas. Contar, bueno, contar es contar uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y así, infinitamente, pero contar también es referir una historia. Es decir que en los dos sentidos de la palabra contar está la idea de lo sucesivo…” 

Y así sucesivamente discurrió la tarde.

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