PREJUBILADOS
(Quince años después de la aparición de este artículo en
ABC (9 de septiembre de 1998) y cuando ya quedan pocos trabajadores para
jubilar o prejubilar, el Congreso de los
Diputados debate sobre el endurecimiento de las fórmulas de acceso a la
jubilación. Cuando lo escribí, no sabía que el primer ERE obligatorio de la
Prensa española se iba a perpetrar en EFE bajo la presidencia de Miguel Ángel
Gozalo en 1999 y nos afectaría a dos centenares de trabajadores con la
innovadora indemnización de 20 días por año trabajado. Este es un extracto del
artículo)
Veía yo este verano
crecer nuestro pequeño jardín en el silencio, con el leve acompañamiento del
aleteo de abejas y avispas o el crujido –violento, dado el silencio—de alguna
hoja de ficus desprendiéndose de su vaina rojiza, el levísimo raspar de la
buganvilla en el muro o el repaso de las
páginas del periódico que me acompañaba las primeras horas del día. Escuchaba
estas turbaciones ─que seguramente alertarían también durante unos segundos a
las lagartijas, las hormigas, las mariquitas de siete puntos o los escarabajos
que trabajaban sigilosamente entre la vegetación─ como fuegos artificiales en
las noches de verano levantinas. Pero en sí, yo leía en silencio y en él
crecían las plantas del jardín.
La lectura se
acompañaba durante el día y la noche de conexiones irregulares con la cadena
estadounidense de noticias CNN, vicio que adopté desde el verano austral en que
el Imperio decidió limpiar de malos el planeta. Desde entonces, no ha habido
verano, boreal o austral, en que las armas imperiales no hayan dado diversas
lecciones de moralidad y buenas costumbres. Pero lo que me apasiona de esta
cadena de televisión no son sus noticias, ni sus exclusivas de guerra
relámpago, ni sus tediosas entrevistas, sino la cuidadosa selección de sus
presentadores y reporteros, casi todos ellos mayores de cincuenta años y
algunos incluso saltando la sesentena. La recurrencia a su programación permite
la familiaridad con el rostro de Peter Arnett en Bagdad, los inquisitoriales
ojos rodeados de negro de un Bernard Shaw periodista, los pintorescos tirantes
de Larry King, la barba decididamente blanca de Wolf Blitzer desde su corresponsalía en la Casa
Blanca, la veteranía de Richard Blinstone, todos ellos en busca de alcanzar la
cota de credibilidad lograda por el rostro gordezuelo y amable de Walter
Conkrite, jubilado en 1981 tras 45 años presentando noticias en la cadena de
televisión CBS News y el hombre que más confianza inspiraba en Estados Unidos,
según los sondeos de la época.
Resulta dramática la
comparación entre los modos y costumbres mediáticos de una de las naciones más
jóvenes del planeta y sin duda la más poderosa con situaciones similares en nuestro
país, donde el presentador de noticias (…) debe acercarse al modelo de joven
“carilindo”, mientras los “mayores” quedan desplazados a las páginas de los
diarios y semanarios. Muchos de estos ya eran periodistas afamados cuando
todavía no habíamos terminado el bachillerato o nos encontrábamos en el inicio
de la carrera de Periodismo, todos ellos en plena actividad, aunque incluidos en el “carrocerío” de nuestros
irreverentes jóvenes para quienes sólo la juventud es un grado y animan esta
tendencia al “carilindismo” estético e intelectual (…) que no es sino una
reacción obligada a la gerontocracia que ha gobernado a España durante el
último siglo y medio de nuestra historia (…)
(…) Ya en los comienzos de la transición política a
la democracia se dio una buena cosecha de jóvenes directores de periódicos que
procuraron rodearse de gentes de su generación por sintonía política y
generacional, aunque evitaron mandar a las tinieblas exteriores a quienes les
superaban en edad. Fue entonces cuando
se puso de moda enviar a los más jóvenes de las redacciones a las conferencias
de prensa de políticos y empresarios, que aterrados por la interpretación de
sus palabras optaban por hablar como si estuvieran dictando. Desde los años del
ajuste asistimos a la reconversión industrial y comenzamos a ver en nuestras
ciudades a una nueva clase de gente desconocida hasta esos momentos: los
prejubilados de cincuenta años, despachados con millones más o menos volátiles
o con extrañas ingenierías jubilatorias que les permitían ganar más o menos lo
mismo, pero sin hacer nada. A muchos nos parecía un modo de mandar al traste la
experiencia colectiva de toda una generación. El responsable de recursos
humanos de una multinacional petrolera, él mismo al borde del júbilo de la
nada, se mostraba irreductible en su planteamiento anglosajón. Hay que ser un
fuera de serie –decía--, para encontrar trabajo después de los cuarenta años.
Cuando prejubilamos a alguien, durante los primeros meses pretenden quedarse
como asesores externos y no se dan cuenta de lo patéticos que resultan.
Así de explícito y
así de duro. Puede ya pensarse en una sociedad con jóvenes extraordinariamente
preparados y mal pagados y “jóvenes viejos” de 55 años, con una expectativa de
vida de otros veinticinco, deambulando sin objetivo con su carga de
conocimientos y experiencia (…)
Pero (…) nadie se
escapa del delirio de los gerentes que ven en un trabajador mayor de 40 años un
capital ocioso, y hay empresas periodísticas que han empezado a mandar a los
viejos de 56 o 57 años a la tumba del subsidio, quizás porque sus experiencias
no son políticamente correctas con los tiempos que corren. Un amigo
hispanoargentino amante de las frases lapidarias y que siempre inicia sus
asertos con el latiguillo “de la misma manera que es imposible Argentina como
nación…” me señalaba la pérdida de capital empresarial que supone prescindir de gente que se sabe la transición
política española de memoria, porque la ha vivido; que no recurre al archivo para
conocer los presidentes norteamericanos desde Eisenhower, porque los ha
conocido, y no precisa de documentación para escribir sobre la “década de
plomo” hispanoamericana, porque la ha sentido en sus carnes.
Yo siempre asiento a
su perorata, aunque quisiera hacerle ver que probablemente ese mismo argumento
sea la causa –cuestiones económicas aparte-- que anima a gerentes y directivos
a optar por los jóvenes como compensación de los veteranos: crear un cuerpo de
redacción sin memoria, capaz de solventar sus dudas a través del archivo o
de Internet, sin necesidad de escarbar
en sus propios y peligrosos recuerdos.
Chapeau, abuelete.
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