domingo, 24 de marzo de 2013


CORRALITOS, QUITAS Y OTRAS DEUDAS SUBORDINADAS

           Con la amenaza de las acciones preferentes y la deuda subordinada y el cepo que la Unión Europea ha desplegado en torno a los ahorradores chipriotas, de nuevo hay que remitirse a nuestro país hermano, Argentina, para extraer las lecciones oportunas a la situación que en la actualidad vive el otrora poderoso occidente europeo.
          Fueron los argentinos pioneros de la hiperinflación una vez olvidada la que arrasó a la Alemania de entreguerras. Lideraron las suspensiones de pagos de sus emisiones de deuda internacional, muchas de ellas suscritas por jubilados italianos, a las que aplicaban una costumbre ampliamente extendida en los usos cotidianos: la quita. Lo habitual en los usos porteños era dejar engordar las deudas de empresas y particulares hasta un punto en que los deudores terminaban mostrándose imposibilitados de su pago. A partir de ahí llegaba la negociación y la exigencia de una rebaja, la quita, de un 40 o un 50 por ciento, que despojaba al acreedor de cualquier beneficio por intereses que hubiera podido acumular.
          Aquilataron al máximo, con precisión de orfebre, el cerco a los depósitos bancarios, unos “minicorralitos” de unos pocos días laborables a los que denominaban feriados cambiarios y bancarios (sin actividad en tales jornadas) para conjurar otro invento al parece argentino, la “corrida bancaria y cambiaria” que, para entendernos, venía a ser un despelote en la retirada de depósitos de los bancos y un alza descontrolada del tipo de cambio respecto al dólar.
         Este panorama ha sido habitual en Argentina con la sucesiva adopción de monedas, la mayoría con un valor de una milésima respecto a la sustituida. Cuando en 1985 el gobierno de Raúl Alfonsín adoptó el austral, con una paridad de uno a uno con el dólar, la habitual pendiente de la depreciación de la moneda llevó a que en 1991 un dólar se cambiara por 10.000 australes. El Peso Moneda Nacional de 1889─1969 equivaldría ahora a un billón de los actuales pesos.
         Pero el “corralito” argentino de la década de 2000 terminó siendo el definitorio de un cierto modo de confiscación pública de los ahorros con el aval del Estado. Y ahí también nos mostraron el camino del sufrimiento nuestros hermanos argentinos. Véase si no el suplicio al que el Gobierno español ha sentenciado a los ahorradores de la deuda preferente y de la subordinada. Invirtieron de buena fe los ahorradores, en su mayoría de edad avanzada, engañados por los mandos intermedios de las cajas de ahorros y de los bancos, para saber que habrán de esperar una dudosa reencarnación para poder cobrarlos con las ganancias que les ofrecieron o perder más de la mitad de su capital. Compréndase también el agobio de los chipriotas que de estar a punto de tocar con la mano el estatus de Luxemburgo ─la “Isla del tesoro” ha llamado el economista Krugman a Chipre─ hacen cola ante los cajeros y las oficinas bancarias como los judíos de la Biblia en el desierto a la espera del maná.
         Entonces (por desbaratados que fueran los gobiernos argentinos sucesivos) como ahora, los ciudadanos se han visto coaccionados por unas normas que no hacen sino minar la confianza en sus gobernantes y en su sistema político. La chapuza de la Comisión Europea, impulsada por la severa institutriz Alemania, ha estado a punto de mandar al euro al rincón de los recuerdos. Que nadie se extrañe si amanece un nuevo Hitler o su caricatura. La frase que se escuchaba una y otra vez en la década de los 90 en Buenos Aires ─“La única salida de Argentina es [el aeropuerto de] Ezeiza”─ ya la tienen asumida nuestros jóvenes licenciados desempleados a la hora de hacer las maletas. Vamos para atrás.

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