AQUELLA LECHE EN POLVO AMERICANA
Se sabe que
llega un momento en la vida, más bien tardío, en que los recuerdos se abaten
como estorninos sobre el olivar sin siquiera convocarlos. Cierto es que resulta
preferible la memoria, aunque sea desbaratada, que la desmemoria inclemente que
apenas deja en la persona una sonrisa de niño pillado en un renuncio, en una
falta, una sonrisa desprotegida, pero ese aletear de recuerdos resulta a veces
en exceso invasivo y agobiador.
Los estorninos
─o los tordos, que también gustan andar de revolique─ se me desplomaron esta vez ante la mención de
la pobreza infantil en España ─la segunda peor de la Europa comunitaria─ de
Cáritas Europa, puesta en duda por el ministro de Hacienda “y Estadísticas Macroeconómicas”,
Cristóbal Montoro, por considerarla falsa, alejada de la realidad y ¡apegada a
la estadística!
La repercusión
del informe de Cáritas ha dejado la propaganda del campeón de la reactivación
económica y la Marca España en estado comatoso. Y de paso ha incendiado las
redes sociales con algunos comentarios que han llegado a comparar la pobreza
infantil de la España actual con la de nuestra posguerra no tan lejana.
Y no es
cierto. Es verdad que como tituló un diario, en España hay niños pobres en un
país rico, pero también que en aquella década de los 50 los niños pobres
vivían miserablemente en un país miserable, sin las redes cívicas y
asistenciales actuales.
Basta una
cifra escalofriante: en los años 40 la tasa de mortalidad infantil era de 142
niños muertos de cada mil nacidos vivos. En la actualidad, esa tasa está en
cuatro niños muertos por mil nacidos.
Fue Cáritas
también la que comenzó a repartir la ayuda alimenticia americana en 1954, una
ayuda que prosiguió hasta 1968, cuando España empezaba a salir de la miseria.
Trescientas mil toneladas de leche en polvo, equivalentes a 3.000 millones de
litros de leche una vez preparada para su consumo y una cuantiosa cantidad de
queso americano se repartieron en escuelas nacionales, hospitales y otras
instituciones. Por circunstancias que no vienen al caso, tres amigos que
estudiábamos por libre los primeros años del Bachillerato de entonces teníamos la
responsabilidad en las Escuelas Nacionales de nuestro pueblo de guardar la
llave de la habitación donde se almacenaban los grandes bidones de cartón con
flejes metálicos que contenían la leche en polvo y las latas de cinco kilos de
queso amarillo, blando casi como un quesito en porciones.
Mi amigo de
entonces y ahora, José Luis Orenes, recuerda conmigo aquella época:
“Además de los
vasos de aluminio, ya utilizábamos los de plástico -todavía recuerdo el olor
que desprendía el mío-. Muchos de nosotros portábamos una bolsa de tela, de
confección casera, en la que llevábamos un "chusco" para el queso -qué
rico estaba-, el vaso y la cuchara, con una papelina de azúcar y canela. La
leche en polvo se convertía en liquida gracias al agua que calentaban en un
barreño con un hornillo de petróleo, batiéndola con el cazo de reparto. Este
trabajo lo llevaban a cabo dos personas que yo recuerde. Una para el sector
femenino: Ascensión, la conserje del grupo escolar; vivía allí mismo y era la
encargada de la limpieza de las aulas femeninas. Y otra era María, que era la
limpiadora del sector masculino.
En torno a las diez de la mañana, se
procedía al reparto del que se encargaban los más responsables de los mayores.
Comenzaban por los cursos inferiores y terminaban por los superiores.”
Guardo en mi memoria los cogotes de los
niños que acudían a la Escuela: una hendidura entre dos tendones que se
prolongaban hacia un cráneo pelado casi al cero para luchar contra las liendres
y los piojos. Aquello era miseria, lo de ahora es, lo dice Cáritas, pobreza en
el sector de la población más vulnerable, una pobreza inadmisible en un país
que se ufana de jugar en la “Champions League” de los países desarrollados,
destina 17 millones de euros en cuatro años para combatir la pobreza infantil y
se gasta 100.000 millones de euros para rescatar su sector financiero.
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