lunes, 31 de marzo de 2014


AQUELLA LECHE EN POLVO AMERICANA

      Se sabe que llega un momento en la vida, más bien tardío, en que los recuerdos se abaten como estorninos sobre el olivar sin siquiera convocarlos. Cierto es que resulta preferible la memoria, aunque sea desbaratada, que la desmemoria inclemente que apenas deja en la persona una sonrisa de niño pillado en un renuncio, en una falta, una sonrisa desprotegida, pero ese aletear de recuerdos resulta a veces en exceso invasivo y agobiador.
Los estorninos ─o los tordos, que también gustan andar de revolique─  se me desplomaron esta vez ante la mención de la pobreza infantil en España ─la segunda peor de la Europa comunitaria─ de Cáritas Europa, puesta en duda por el ministro de Hacienda “y Estadísticas Macroeconómicas”, Cristóbal Montoro, por considerarla falsa, alejada de la realidad y ¡apegada a la estadística!

La repercusión del informe de Cáritas ha dejado la propaganda del campeón de la reactivación económica y la Marca España en estado comatoso. Y de paso ha incendiado las redes sociales con algunos comentarios que han llegado a comparar la pobreza infantil de la España actual con la de nuestra posguerra no tan lejana.


Y no es cierto. Es verdad que como tituló un diario, en España hay niños pobres en un país rico, pero también que en aquella década de los 50 los niños pobres vivían miserablemente en un país miserable, sin las redes cívicas y asistenciales actuales.

Basta una cifra escalofriante: en los años 40 la tasa de mortalidad infantil era de 142 niños muertos de cada mil nacidos vivos. En la actualidad, esa tasa está en cuatro niños muertos por mil nacidos.
Fue Cáritas también la que comenzó a repartir la ayuda alimenticia americana en 1954, una ayuda que prosiguió hasta 1968, cuando España empezaba a salir de la miseria. Trescientas mil toneladas de leche en polvo, equivalentes a 3.000 millones de litros de leche una vez preparada para su consumo y una cuantiosa cantidad de queso americano se repartieron en escuelas nacionales, hospitales y otras instituciones. Por circunstancias que no vienen al caso, tres amigos que estudiábamos por libre los primeros años del Bachillerato de entonces teníamos la responsabilidad en las Escuelas Nacionales de nuestro pueblo de guardar la llave de la habitación donde se almacenaban los grandes bidones de cartón con flejes metálicos que contenían la leche en polvo y las latas de cinco kilos de queso amarillo, blando casi como un quesito en porciones.

Mi amigo de entonces y ahora, José Luis Orenes, recuerda conmigo aquella época:

“Además de los vasos de aluminio, ya utilizábamos los de plástico -todavía recuerdo el olor que desprendía el mío-. Muchos de nosotros portábamos una bolsa de tela, de confección casera, en la que llevábamos un "chusco" para el queso -qué rico estaba-, el vaso y la cuchara, con una papelina de azúcar y canela. La leche en polvo se convertía en liquida gracias al agua que calentaban en un barreño con un hornillo de petróleo, batiéndola con el cazo de reparto. Este trabajo lo llevaban a cabo dos personas que yo recuerde. Una para el sector femenino: Ascensión, la conserje del grupo escolar; vivía allí mismo y era la encargada de la limpieza de las aulas femeninas. Y otra era María, que era la limpiadora del sector masculino.

      En torno a las diez de la mañana, se procedía al reparto del que se encargaban los más responsables de los mayores. Comenzaban por los cursos inferiores y terminaban por los superiores.”

    Guardo en mi memoria los cogotes de los niños que acudían a la Escuela: una hendidura entre dos tendones que se prolongaban hacia un cráneo pelado casi al cero para luchar contra las liendres y los piojos. Aquello era miseria, lo de ahora es, lo dice Cáritas, pobreza en el sector de la población más vulnerable, una pobreza inadmisible en un país que se ufana de jugar en la “Champions League” de los países desarrollados, destina 17 millones de euros en cuatro años para combatir la pobreza infantil y se gasta 100.000 millones de euros para rescatar su sector financiero.

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