martes, 19 de noviembre de 2013





UN SOUFFLÉ DE ESPÍAS Y FARISEOS

Para los voceros de la alarma y los predicadores de la desgracia, incluso se estuvo a punto este verano de que el mundo entero rompiera relaciones diplomáticas con Estados Unidos a causa de su espionaje masivo a todo lo que se mueve. El hermoso soufflé fue creciendo con la ayuda del fuego, el calor de los hipócritas y el fragor de los fariseos hasta que alguien, seguramente sin intención, abrió la puerta del horno y el merengue se desplomó.  Nuestra actualidad mediática es un soufflé que normalmente pasa a mejor vida tan pronto alguien abre la puerta del horno. Los titulares catastróficos, cada vez más alarmantes conforme disminuye la capacidad de indignación de la población, se desinflan a los pocos días de avisarnos la cercanía del abismo y tras haber causado la irritación primero y la negativa después de los políticos y expertos concernidos en el escándalo.

Permanecen todavía los ecos de las arrebatadas protestas de los gobernantes de los países a los que el extécnico de la CIA, Edward Snowden, alertaba del espionaje a que estaban meticulosamente sometidos por obra y gracia de la agencia norteamericana de inteligencia NSA. El rasgado de vestiduras de los gobernantes europeos y sudamericanos y el escandaloso eco proporcionado por los medios de comunicación convirtieron las denuncias de Snowden en un soufflé prematuramente desinflado.

Porque ¿de qué diablos estamos hablando? ¿De que los servicios secretos estadounidenses vigilan y espían todo lo que se mueve? ¡Vaya un descubrimiento! En mayor o menor medida, de acuerdo con sus posibilidades técnicas y económicas, todos espían a todos. Y todos lo saben: es el juego, y gracias a él disfrutamos ─eso sí, en cueros vivos─ de las novelas de John Le Carré.

Expertos españoles del entonces CESID encontraron en el despacho del presidente chileno Patricio Aylwin sistemas de escucha camuflados en floreros y teléfonos. Por ejemplo. Aquí, Julio Feo, secretario general de la Presidencia con Felipe González de 1982 a 1987, acaba de recordar en Diario Crítico su experiencia, narrada en su libro “Déjame que te cuente” (Espejo de Tinta, 2008), con dos “turistas” norteamericanos a los que se había detenido por la sospecha de que estaban fotografiando el Palacio de la Moncloa. Al revelar los carretes de fotos se comprobó que todas ellas eran imágenes de las antenas de comunicación de Moncloa. Tras las negativas de rigor, finalmente el secretario general de la Casa Blanca que preparaba el viaje del presidente Reagan a España le confesaba a Julio Feo: “Bueno, ya nos quitamos de encima a esos gilipollas”. Es obvio que si no los hubieran descubierto habrían sido calificados como eficientes servidores de la nación. Ese también es el juego.

Son apenas unos detalles. La Marcha Verde, el asesinato de Carrero Blanco, el 23─F, la lucha contra ETA o contra el terrorismo islamista… Basta leer el magnífico informe “La CIA en España ─ Espionaje, intrigas y política al servicio de Washington” (Debate, 2006) que Alfredo Grimaldos ha redactado a partir de confesiones de primera mano para empezar a entender no pocas de las incógnitas que rodean los momentos claves de la historia de España desde la contienda civil a nuestros días y la implicación en ellos de servicios de inteligencia extranjeros.

El pasado domingo 17 el diario digital El Confidencial publicaba un amplio reportaje en el que “desvelaba” la obviedad de que la CIA tenía asentados sus reales en la capital de España en la planta séptima de la embajada estadounidense. Aparte de otros domicilios operativos, los servicios secretos de los países suelen resguardarse en sus embajadas bajo denominaciones pintorescas como la de agregado civil u otras parecidas que no sirven para evitar que se les llame espías sin más tapujos. No querría que prevaleciera el cinismo en estas reflexiones, pero es evidente que todos espían a todos y desde tiempos inmemoriales. De ahí que la sobreactuación y el fariseísmo de gobernantes y medios de comunicación haya terminado siendo patética hasta que alguien abrió la puerta del horno para estropear el elaborado soufflé.

Personalmente he decidido rendirme a lo inevitable y aceptar el statu quo del espionaje y la violación de mi intimidad con tal de poder seguir leyendo a Joseph Conrad, Graham Greene, Ian Fleming y, sobre todo, John Le Carré, viejo espía, cada día más perspicaz, comprensivo y compasivo con las flaquezas de la naturaleza humana.


 

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