HACE UN AÑO…
(José Gil
Franquesa, periodista de larga data y autor del mejor periodismo, vive su gozosa jubilación en la Costa Brava y nos tiene acostumbrados a un grupo de amigos a
sus excelentes cartas desde el mar. Esta es la última)
Yo los vi. Yo los vi de noche cerrada,
descendiendo de los autobuses que regresaban de Barcelona. Volvían de la
manifestación del 11 de septiembre. Yo los vi cómo se despedían en la noche,
los mismos rostros de fatiga, ni una alegría en sus ojos, el ceño fruncido, el
ademán cansado, las mismas camisetas que cuando partieron, las mismas banderas,
las mismas pancartas, era como un cuadro desvencijado y caduco, palabras de
adiós de agotada cortesía, muestras de abandono en el caminar hacia sus
respectivas casas, deshaciéndose los grupos a medida que entraban en la ciudad,
cada mochuelo a su olivo, la noche se los iba tragando y ennegrecía sus pasos
sobre la brillante humedad de las aceras. Era como si volvieran de una derrota.
Puede que se sintieran así, derrotados, tras la catarsis vivida durante aquella
jornada –una vez más, una vez más– luego de seguir, con rigor y obediencia, las
consignas y reglas que los convocantes habían ido preparando desde hacía meses.
Una vez más, luciendo el sol de su reiterada democracia pacífica, arropados de
niños y ancianos, se habían manifestado ordenadamente, como buenos discípulos
de una secta. Desde 2012, año en que la Assemblea los convocó para que gritaran
independencia, no ha habido Diada que no respondiera a un llamamiento concreto,
siempre secesionista, para hacer ver a los gobernantes de la Generalitat que la
calle les imponía un mandato democrático al que deberían fidelidad de por vida.
Ya nunca más se rememoraba el 11 de septiembre como el triunfo de los borbones
sobre los austrias; ya nunca más se conmemoraba, como gustaban los más
radicales, la resistencia de un pueblo ante el invasor. Los independentistas, a
rebato y a rebufo de la ANC, tomaron la Diada y la convirtieron en algo suyo,
excluyente por demás. Pero verlos regresar, de noche y cansados, verlos volver
a sus casas del pueblo con el gesto vacío y la mirada perdida, uno no podía por
menos que pensar en un ejército derrotado, vencido, humillado casi. Necesitaban
dormir el sueño. Porque a la mañana siguiente, distintos frentes de la
combatividad independentista debían volver a las andadas de la confrontación.
Y no han parado. Cualquier excusa, momento, circunstancia, todo es poco para airearla, para armarla, para montarla, liarla parda. La Rambla de mi pueblo, que toda la vida se ha llamado Rambla de Antoni Vidal –aunque el vecindario la llamara “la calle de los árboles”– ha amanecido con un nuevo rótulo por encima del oficial. Un rótulo que reza: “Rambla d l’u d’octubre de 2017”. Dicen que el cambio es debido a que el tal Antonio Vidal era un negrero. ¿Y quién no en la Cataluña del XVIII? La cuestión es mantener vivo el 1 de octubre de 2017, el día de la patochada del referéndum. En los escaparates de las librerías proliferan toda clase de libros que narran aquellos hechos desde la perspectiva independentista. La cubierta de casi todos ellos es amarilla. Destaca uno. Es un libro de narraciones infantiles titulado Contes per ser lliures (Cuentos para ser libres). Son once historias, escritas por notorios independentistas, destinadas a aleccionar a los niños en materia de democracia y libertad a la catalana manera. Para no aburriros os pondré de muestra dos párrafos de otros tantos autores. Uno, del cantante Lluis Llach: “Cuando no había democracia los juglares que cantaban cosas contrarias al rey de turno eran enviados a la hoguera; hoy son los nuevos reyes de la mentira democrática los que quieren encarcelar payasos, raperos, alcaldes, diputados... y contadores de cuentos”. Y otro de la cocinera Ada Parellada, que habla de un país donde se había prohibido el color amarillo porque al emperador le había caído una cagadita amarilla en la cabeza y el régimen “ordenó a la policía que tirara, destruyera o encarcelara todo lo que era amarillo”. Incluso unas frutas amarillas, que habían llegado de los trópicos, fueron privadas de libertad. Hasta que las rescataron y las exportaron al extranjero donde fueron vistas como “las mejores frutas amarillas del Universo”. Ante toda esa locura enfermiza me temo que los psiquiatras han sido los primeros en largarse de este culo del mundo. En cualquier caso, los médicos hace tiempo que están advirtiendo sobre el declive de la sanidad catalana. Y no son pocos los que abandonan Cataluña dado que aquí persisten los recortes y los salarios son mejores en otras comunidades. Detalle: Cataluña dedica a sanidad un 25,7% menos que antes de la crisis económica. La enseñanza se sigue dando en barracones y cada vez con menor presupuesto. Sin embargo aumenta cada vez más el gasto en propaganda internacional del proyecto secesionista. Al igual que el gasto de TV3 es el mayor de todas las televisiones autonómicas. Informa Xavier Vidal-Folch: “La plantilla de la corporación CCMA, que agrupa a TV-3 y Catalunya Ràdio, creció un 33% de 2012 a 2015, hasta 159,6 millones. Más que el coste conjunto de personal en los entes de Telecinco (Mediaset) y Antena 3/La Sexta (Atresmedia), 128,3 millones. En 2017 TV-3, la más rica de las televisiones autonómicas, dispuso de 236 millones, más del doble que la televisión gallega (104,7) y casi que la vasca (134,2). No hay estudios parlamentarios de qué parte fue a tareas profesionales y cuál a propaganda”. Y seguimos: la producción legislativa es declinante; la sociedad catalana está cada vez más dividida; decae el atractivo exterior; las empresas se siguen largando de aquí y la inversión exterior está por los suelos.
Mientras tanto, Torra sale de la Generalitat
para saludar y animar a los 30 desocupados que han montado sus tiendas de
campaña en la plaza de Sant Jaume, sin que ningún guardia urbano haga con ellos
lo que haría con cualquiera de nosotros si montáramos una tienda de esas, es un
decir, en plena rambla de las Flores. Se la coge con papel de fumar el
palanganero de Puigdemont y hace una declaración institucional contra los
jueces que habían expresado sus opiniones sobre el independentismo (que podían
haberse callado) vía mail de la Justicia y eso le sirve para pedir dimisiones
en cadena, y llamar a los poderes europeos a que se sumen a la causa
independentista haciendo ver al mundo que en España no hay garantías procesales
para nadie. Su jefe, el pastelero orate, les dice a esos mismos jueces que
entienden las causas contra los golpistas (ahora la consigna es ir de emisora en
emisora, de periódico en periódico para decir que de golpe de Estado nada de
nada) que él no es un fugado, que es exiliado y los jueces le han contestado
que nastis de plastis, que fugado, huído, bien fugado y bien huído.
Los presos también vocean lo que haga falta. La compañera de Forn (así la llaman en TV3) va por las cadenas amigas a proclamar el diario que su compañero ha escrito en la cárcel, que tal parece que el que fuera jefe de los Mossos ahora va de a ver si no nos enfadamos y procuramos ser buenos que las cosas se arreglan hablando. Romeva arremete contra la Justicia, proclama a los cuatro vientos que su proceso será una farsa e insta al pueblo de Cataluña a salir a la calle y defenderse de la agresión española. Junqueras hace listas para las municipales, defenestra a Bosch para la alcaldía de Barcelona y coloca al carcamal de Maragall, a ver si frena a Valls, que están que pierden la cabeza desde que el francés nacido en Cataluña asoma por la ventana electoral.
En mi pueblo los lazis han vuelto a llenar –más
que antes y más arriba– calles, árboles, farolas y carreteras de plástico
amarillo. Y los Comités de Defensa de la República locales han empapelado muros
y farolas con los caretos de los Jordis, en un pasquín que más parece el
anuncio de un dúo musical que no el de dos radicales activistas encarcelados. Y
también han empapelado algunos muros con grandes carteles para conmemorar el 1
de octubre. La cuestión es ir dando la tabarra en cada fecha aniversario. El
pasado 20, tanto Torra como Torrent se pusieron al frente de los manifestantes
que rememoraban el asedio al edifico de Hacienda cuando los registros casi
frustrados de la policía judicial hace ahora un año.
Para colmo de cinismo, el fugado Puigdemont
dice ahora que eso de la independencia no será posible antes de veinte o
treinta años. Y Borrel, ministro de Asuntos Exteriores de España afirma que se
necesitarán por lo menos veinte años para que Cataluña vuelva a la normalidad.
Fácil lo del tango, que veinte años no es nada…
Nada va hacia adelante. Todo va hacia atrás. En
Sant Feliu, pasado ya el verano, muchas tiendas han tenido que cerrar. La gente
no compra, los alquileres comerciales son cada vez más altos, la situación
social es cada vez más sensible a todo este maldito embrollo en que nos han
metido los políticos independentistas y corruptos y nada va bien, nada funciona
correctamente.
Nos espera un largo, crudo y amargo invierno.
El otoño ya lo doy por perdido.
Un abrazo de vuestro amigo desde el mar,
Pepe