UNA ENTREVISTA CON LA VIUDA DE MIGUEL HERNÁNDEZ CINCUENTA
AÑOS ATRÁS
I
Desde hace casi 20 años yacen juntos, padres e hijo, en una tumba
de mármol blanco en el cementerio de Alicante. Bajo los nombres –Miguel (1942),
Manuel Miguel (1984) y Josefina (1987), por orden de fallecimiento-, tallada, una
leyenda del poeta: “Libre soy, siénteme libre, sólo por amor”.
No fue en Orihuela, donde nació el poeta, ni en Elche, donde vivieron
Josefina y Manuel Miguel, sino en Alicante donde reposan sus restos. Pero tampoco
Orihuela ni Elche ni Alicante han sido las ciudades custodias del legado del
poeta, sino Quesada, provincia de Jaén, lugar de nacimiento de Josefina y en
cuyo espléndido Museo Zabaleta se encuentran todos los recuerdos del poeta, sus
escritos, su vieja máquina de escribir, el retrato a carboncillo que el
dramaturgo Antonio Buero Vallejo, le dibujó en la cárcel para que Manuel Miguel
pudiera recordar a su padre.
El 28 de marzo se cumplieron 74 años de la muerte del poeta a causa de
una tuberculosis en un reformatorio alicantino. Hoy, primero de abril, el
Ateneo de Madrid celebraba la cuarta edición del libro de Josefina Manresa
“Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández”, cuya primera edición, de 1980, se
presentó en el mismo escenario. Ambos acontecimientos me han desencadenado,
como el borboteo de la sopa, bullentes recuerdos de mi encuentro con Josefina y
Manuel Miguel en su domicilio de una barriada populosa de Elche cincuenta años
después.