ASESINATO Y MISERIA EN CAMPAÑA
El asesinato de Isabel Carrasco, presidenta del Partido Popular de León y
de su Diputación Provincial, ha cortado de un hachazo la campaña a las
elecciones europeas, una de las más anodinas de que se tiene noticias. Está de más
buscar motivaciones para un acto tan vil puesto que nada justifica un asesinato
aunque se cometa contra un asesino o sobre el más insignificante miembro de la
sociedad. Ocurre que las reacciones de condena y dolor se magnifican e
incrementan conforme sea la influencia social de la víctima que en este caso se
trata de una personalidad políticamente connotada, perteneciente al partido en
el Gobierno.
Ya están en marcha las correspondientes manifestaciones de condena con el
consiguiente desgaste de los adjetivos calificativos ─vil, miserable, infame,
despreciable, canalla, abominable…─ en tanto el dolor se cobija en los adentros
de sus deudos. Mientras la policía recompone los motivos habría que subrayar
dos aspectos sobre los que reflexionar: la ausencia del terrorismo en el homicidio
de un político español y la sorprendente vileza con que determinados usuarios de las
redes sociales se despachan al socaire del anonimato.
El fin de la lacra del terrorismo de ETA está tan asumido ya por la
sociedad española que a nadie se le ocurrió ni por un instante que pudiera haber sido el
terror que ha asolado España durante 50 años el causante del asesinato de un
personaje político como Isabel Carrasco. Nadie barajó en los primeros minutos tal
hipótesis, tanto es el convencimiento social de su desaparición. Quienes hemos
vivido los años de plomo del terrorismo, con la cotidiana masacre de civiles,
policías, militares de toda graduación e incluso de un presidente del Gobierno,
podemos recordar los boletines informativos de las cadenas de radio dando
cuenta casi a diario de una bomba lapa, un tiroteo o un valiente tiro en la
nuca. La violencia injustificada y el miedo que protagonizaron y amargaron la
vida de tantos objetivos de los terroristas (políticos, militares, policías,
periodistas), obligados a contar con una legión de escoltas, se ha ido
diluyendo con el paso del tiempo y con la crudeza de una crisis económica que la
ha aupado, con el desempleo, a la cúspide de las preocupaciones ciudadanas.
En el otro lado de la moneda, el imparable avance de las tecnologías de
la información y el auge magmático de las redes sociales ha facilitado el
acceso a los foros de opinión a personajes cuyo anonimato (el valiente tiro en
la nuca, para entendernos) les permite perpetrar el insulto, la injuria y la
calumnia con sorprendente crueldad y vileza. Si estos terroristas profesionales
del insulto supieran que sus IP, sus protocoles de Internet, son fácilmente
rastreables por la unidad de ciberdelincuencia de la Policía, puede que sus
opiniones, perfectamente prescindibles, quedaran escondidas en su miserable
corazón. No es una cuestión de conculcar la libertad de expresión, sino de
dejar esta libertad expedita de porquería.
Un asesinato en campaña y una oleada de basura no parecen la mejor forma
de afrontar las elecciones al Parlamento europeo menos ilusionantes de las últimas convocatorias.
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