UN SOUFFLÉ DE ESPÍAS Y FARISEOS
Para los voceros de la alarma y
los predicadores de la desgracia, incluso se estuvo a punto este verano de que
el mundo entero rompiera relaciones diplomáticas con Estados Unidos a causa de
su espionaje masivo a todo lo que se mueve. El hermoso soufflé fue creciendo
con la ayuda del fuego, el calor de los hipócritas y el fragor de los fariseos
hasta que alguien, seguramente sin intención, abrió la puerta del horno y el
merengue se desplomó. Nuestra actualidad
mediática es un soufflé que normalmente pasa a mejor vida tan pronto alguien
abre la puerta del horno. Los titulares catastróficos, cada vez más alarmantes
conforme disminuye la capacidad de indignación de la población, se desinflan a
los pocos días de avisarnos la cercanía del abismo y tras haber causado la
irritación primero y la negativa después de los políticos y expertos
concernidos en el escándalo.
Permanecen todavía los ecos de
las arrebatadas protestas de los gobernantes de los países a los que el
extécnico de la CIA, Edward Snowden, alertaba del espionaje a que estaban
meticulosamente sometidos por obra y gracia de la agencia norteamericana de
inteligencia NSA. El rasgado de vestiduras de los gobernantes europeos y
sudamericanos y el escandaloso eco proporcionado por los medios de comunicación
convirtieron las denuncias de Snowden en un soufflé prematuramente desinflado.
Porque ¿de qué diablos estamos
hablando? ¿De que los servicios secretos estadounidenses vigilan y espían todo
lo que se mueve? ¡Vaya un descubrimiento! En mayor o menor medida, de acuerdo
con sus posibilidades técnicas y económicas, todos espían a todos. Y todos lo
saben: es el juego, y gracias a él disfrutamos ─eso sí, en cueros vivos─ de las
novelas de John Le Carré.
Expertos españoles del entonces
CESID encontraron en el despacho del presidente chileno Patricio Aylwin sistemas
de escucha camuflados en floreros y teléfonos. Por ejemplo. Aquí, Julio Feo,
secretario general de la Presidencia con Felipe González de 1982 a 1987, acaba
de recordar en Diario Crítico su
experiencia, narrada en su libro “Déjame que te cuente” (Espejo de Tinta,
2008), con dos “turistas” norteamericanos a los que se había detenido por la
sospecha de que estaban fotografiando el Palacio de la Moncloa. Al revelar los
carretes de fotos se comprobó que todas ellas eran imágenes de las antenas de
comunicación de Moncloa. Tras las negativas de rigor, finalmente el secretario
general de la Casa Blanca que preparaba el viaje del presidente Reagan a España
le confesaba a Julio Feo: “Bueno, ya nos quitamos de encima a esos gilipollas”.
Es obvio que si no los hubieran descubierto habrían sido calificados como
eficientes servidores de la nación. Ese también es el juego.
Son apenas unos detalles. La
Marcha Verde, el asesinato de Carrero Blanco, el 23─F, la lucha contra ETA o
contra el terrorismo islamista… Basta leer el magnífico informe “La CIA en
España ─ Espionaje, intrigas y política al servicio de Washington” (Debate,
2006) que Alfredo Grimaldos ha redactado a partir de confesiones de primera
mano para empezar a entender no pocas de las incógnitas que rodean los momentos
claves de la historia de España desde la contienda civil a nuestros días y la
implicación en ellos de servicios de inteligencia extranjeros.
El pasado domingo 17 el diario
digital El Confidencial publicaba un
amplio reportaje en el que “desvelaba” la obviedad de que la CIA tenía
asentados sus reales en la capital de España en la planta séptima de la
embajada estadounidense. Aparte de otros domicilios operativos, los servicios
secretos de los países suelen resguardarse en sus embajadas bajo denominaciones
pintorescas como la de agregado civil u otras parecidas que no sirven para
evitar que se les llame espías sin más tapujos. No querría que prevaleciera el
cinismo en estas reflexiones, pero es evidente que todos espían a todos y desde
tiempos inmemoriales. De ahí que la sobreactuación y el fariseísmo de
gobernantes y medios de comunicación haya terminado siendo patética hasta que
alguien abrió la puerta del horno para estropear el elaborado soufflé.
Personalmente he decidido
rendirme a lo inevitable y aceptar el statu quo del espionaje y la violación de
mi intimidad con tal de poder seguir leyendo a Joseph Conrad, Graham Greene,
Ian Fleming y, sobre todo, John Le Carré, viejo espía, cada día más perspicaz,
comprensivo y compasivo con las flaquezas de la naturaleza humana.
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